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'El amo bueno', de Damián Tabarovsky

Aspirar a reseñar una novela como El amo bueno, de Damián Tabarovsky, supone en principio interrogarse de qué manera es posible esbozar, o al menos dibujar, los trazos más gruesos y característicos de una trama que es más bien lateral y vaporosa.

Si me apuran, diría que esta obra trata de fantasmas. Del fantasma de la memoria, concretamente; o bien, de los fantasmas de las vanguardias artísticas y de los movimientos más contestatarios de la modernidad. La novela es entonces una digresión por aspectos como lo revolucionario y lo moderno; divagaciones que ofrece un narrador que no tiene reparo en mezclar el registro ficcional con el ensayístico, mediante personajes igualmente laterales, entre ellos tres perros que escarban en el jardín de una casa en la calle 14 de Julio.

Ese nombre, el de la calle 14 de Julio, está asociado casualmente a la toma de la Bastilla, y es desde ahí que el narrador, a través de esos inquietos perros, escarba en los espectros –por hacer referencia al concepto de Jacques Derrida– de la revuelta, la subversión y la ruptura, reflexionando, más que narrando, a propósito de lo que significa lo político en la literatura. En este sentido, esa voz etérea de El amo bueno no se propone hablar de figuras políticas ni del ejercicio del poder en su sentido más tradicional; más bien, su intención es, afirma el narrador, «poner en cuestión la sintaxis cristalizada, la doxa cotidiana, el habla de los medios de comunicación, la lengua de la clase política, el idioma de la novela convencional (…), la novela, al menos como a mí me interesa politiza las zonas del lenguaje que aparecen, a priori, como apolíticas o políticamente neutras».

Estas ideas han sido colocadas de manera reiterada por el propio Tabarovsky en entrevistas e intervenciones públicas, por lo que no es raro que terminemos confundiendo al narrador con el propio autor, ni que esta obra de ficción termine convirtiéndose en múltiples tramos en un ensayo. Pareciera que el propio autor se siente a gusto en esa aparente confusión; en alguna parte señala que “ya no hay más teoría, no más ensayo camuflado de novela”, aunque más adelante vuelve nuevamente a entreverar ideas y eso que –a falta de alguna palabra más exacta– podríamos considerar ficción.

Bien aparece señalado en la nota de contratapa de esta edición de la editorial Mardulce: El amo bueno es una «novela en fuga». Quien entre acá esperando el desarrollo de una fábula, un remate redondo o unos personajes finamente acabados, posiblemente no se sentirá cómodo ante una trama más bien evocativa, impersonal y fantasmagórica, donde el narrador invita a interrogarnos, a ponernos en duda sobre la propia posibilidad de la literatura y su política del lenguaje.

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El amo bueno, Damián Tavarovksy, Mardulce, 2016, 102 pp.