Tres poemas inéditos
C.
Lo evidente: decir Chumical
es como decir Comala:
paisajes secos en los que los
muertos salen a hablar siempre
de las mismas cosas.
Lo que no se sabe: en el mapa
el nombre Chumical no existe.
Tampoco, en el mapa, están
los otros puntos del camino:
Humo Juanilama Quebrada Honda.
¿Para qué sirven, entonces, los mapas?
Intuyo que reducen,
que dan una sensación
de completar lo que no se abarca
con los pasos.
Los mapas engañan, colijo,
muestran escalas que
desde arriba parecen
filas de dientes que en
la tierra son caseríos,
iglesias abandonadas, vibrantes ruinas y huesos.
Eso es un mapa, supongo: el costillar
de un mundo de extinciones.
N. Y.
Una osamenta puede representarse
por la parte mínima: una falange
fotografiada sobre fondo negro.
En ese trabajo hay algo de grosera reducción
que encuentra en lo complejo lo inane,
en lo enorme lo minúsculo.
En eso se pierde la esencia de los huesos juntos,
que además llevan la amalgama del tendón
y del nervio.
La falange es el cuerpo que duerme
en una banca de Bryant Park.
El fondo negro es la noche.
El nervio es la tersura del frío
de una madrugada que anula
de las cosas
todo.
F.
Quedan pocos recuerdos de Frankfurt:
el gallo de vidrio en el búnker,
el otoño con su manera amarilla de amargarse,
las hojas en las calles
que sonaban como pequeños esqueletos de pájaros.
El amargo ese, sobre todo el amargo,
el hipogeo al que llamo hipogeo por no llamarlo
de nuevo búnker: el gallo, el hombro de una mujer
de la que no recuerdo más que el hombro:
una mujer sin cabeza,
un maniquí a tres metros bajo tierra:
eso recuerdo: estar bebiendo
al lado de un cuerpo sin garganta,
entregándome al pensamiento de
la nieve y de la escarcha
sucia de los bosques.
Eso, lo poco que queda: un cuerpo
sin cabeza en un bosque de coníferas,
su sombra en la ebriedad congelada
de la primera mañana.
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Fotografía de Guillermo Barquero.