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Ser y tiempo

El inicio del cine, cuando todavía no tenía nombre, fue el documental. Las que reconocemos como primeras películas, registros de la duración que permitía la técnica incipiente, fueron grabaciones de personas que salían del trabajo, que conversaban en la mesa del desayuno, que iban y venían en centros urbanos un día de semana. La vocación de montar historias previamente calculadas llegó muy pronto, prácticamente de la mano. Pero el gesto originario fue el documental. 

Como el gemelo que nace apenas unos segundos después, la ficción –ese recurso o síntoma de nuestra especie que viene desde lo profundo del tiempo, tejida primero en la tradición oral, luego en la escritura– llegó de forma natural a este nuevo medio y rápidamente forjó una jerarquía en la que se posicionó por encima de la narrativa documental. Con los años, la máquina activada a tres tiempos por productores, cineastas y espectadores relegó esta otra manera de ver y contar a los espacios periféricos del mundo audiovisual. Una síntesis brutal del lugar al que se relegó este cine sería esta: en el extremo aceptado, el archivo periodístico; en el extremo exótico, el cine-ensayo o cine experimental.

Siempre estuvo ahí, pero en los últimos años, ganando exposición en plataformas de streaming, el trabajo de cineastas de diversas latitudes demuestra que el documental no es, o no debería ser, segundón. De algún modo, no pocas de estas obras dicen: esto es cine. Punto.

Avanzaré tan despacio (que te parecerá que retrocedo) (2019), primer largometraje de la directora costarricense Natalia Solórzano, pertenece a este grupo. Precedida por una investigación de más de dos años, la película se sumerge en la forma quizás más globalizada de violencia pasiva de los Estados: la burocracia. Y Avanzaré… elige específicamente la de los trámites de migración, su sector policial (la Dirección de Migración y Extranjería pertenece al Ministerio de Gobernación y Policía).

Solórzano descarta la obviedad, el camino de las opiniones automáticas y la indignación inocua. Decide, por el contrario, tomar distancia. Todo lo vemos desde una posición narrativa (fotografía de Cristóbal Serra, montaje de Lorenzo Mora y la misma directora) que busca la invisibilidad. No interviene nunca, al menos de la maneras más reconocibles de la intervención. Desde esa perspectiva, captada por Serra con una Blackmagic Pocket, vemos el kit completo del proceso al que –en este caso Costa Rica pero que se repite en todo el mundo– sometemos al extranjero, al otro, al que colocamos en desventaja. La gestualidad de quienes acuden a un lugar donde todo juega en contra: la amenaza inminente de un documento o timbre o fotocopia que falta y es, de pronto, indispensable; las indicaciones mecánicas y displicentes de funcionarios armados; el lento avance de silla en silla (como el juego de sillas musicales pero sin la música); la indiferencia y arbitrariedad de quienes representan a un sistema indiferente y arbitrario que exige a las personas venir hoy, mañana, pasado mañana y el mes que viene. En horario laboral. Como si todas fueran dueñas de su tiempo. 

Hasta aquí parece que hablamos de un producto periodístico. Pero no. Los recursos de la narrativa cinematográfica (imagen, sonido y edición, en síntesis) logran que se trascienda lo visible, lo conocido, lo obvio. La propuesta estética y técnica de Solórzano emerge para sugerir que además del tema sociológico y político (la gran paradoja: para darte una identidad, primero te deshumanizamos), lo que estamos viendo también, o sobre todo, es esa gran interrogante que se plantea la Filosofía. Los lugares de la burocracia son, en su estado más puro y siniestro, la forma a la vez material y metafísica de uno de los temas cardinales de nuestra especie: el tiempo.

En Ser y tiempo, Heidegger afirma que el fenómeno esencial del tiempo es el futuro. Bueno, puede ser, Martin, pero ¿qué hacemos con esa afirmación en un lugar donde, todos lo habremos experimentado, se siente no que el tiempo se detiene sino que se escapa? Wilberth (protagonista incidental de una de las tres historias esbozadas en la película) tendría tal vez otra opinión. Estamos viendo la historia de personas cosificadas por la lógica reaccionaria de los Estados (del costarricense, en este caso), pero también estamos viendo algo mayor, un espacio donde todo lo que sucede y todos quienes participan son una de las formas del tiempo. Del Tiempo y su amenaza (no va a alcanzar).

Frederick Wiseman, cineasta que dedica buena parte de su obra a, precisamente, la relación de los humanos con las instituciones, dice que sus películas se desarrollan a partir de una experiencia personal en lugar de ser retratos ideológicamente objetivos. En su primer cortometraje, Las cartas mías (2013), una exploración muy íntima realizada en España, Solórzano sentaba, sin saberlo, las bases Avanzaré tan despacio… Un diario de la experiencia de la extranjera, la diferente, condiciones que están determinadas solamente por el espacio y el tiempo.

Como una extensión del título, minimizada por los paréntesis, se vuelve central la acotación “que te parecerá que retrocedo”. En su lógica represiva en el tema de la inmigración, las sociedades modernas parecen moverse en masa hacia el pasado, la burocracia vendría a ser la representación micro, la reducción a escala personalizada de un movimiento de dimensiones continentales.

Fotografía de Cristóbal Serra.