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El tacto de lo abierto

(A propósito de Jean-Luc Nancy [1940-2021]) *


Solo el lenguaje indica, en el límite, 
el momento soberano donde ya no cuenta.

George Bataille

La singularidad es la pasión del ser.

Jean-Luc Nancy


Jean-Luc Nancy fue un pensador de la finitud que sopesó cada pensamiento como si fuese un cuerpo intenso. Pero ahora es necesario sopesar a su manera un pensamiento como el de su propia finitud. En esta ocasión la muerte del otro es la muerte de Nancy, es decir, el cese de un trazado singular, la retirada sin retorno de una escritura que nunca dejó de fragmentarse y que ahora se fragmenta más hondamente en un silencio que su cuerpo ya no podrá interrumpir. Con la muerte de Nancy el mundo pierde a un pensador que —como lo hicieran Heidegger, Bataille, Blanchot o Derrida— le devolvía el sentido a la palabra pensar. Sin embargo, también perdemos a un cuerpo sumido en la experiencia de ese pensar, es decir, una intensidad singular del escribir.  

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Gran parte de la escritura de Nancy, a mi parecer, lidia con una de las crisis más apremiantes de nuestro tiempo, a saber: la crisis del sentido discursivo o el fin del patrón significado (si cabe decirlo con Mario Montalbetti). Para Nancy: «Nosotros tocamos con el dedo todos los días el hecho de que, del sentido, ya no queda, según cierto modo del sentido, disponibilidad del sentido dicho, pronunciado, enunciado, del sentido incorporal que vendría a dar sentido a todo lo demás». Así pues, la mayor amenaza inherente a esta ausencia de «sentido incorporal» o de sentido por encima del sentir, es lo que Nancy llama «totalitarismo» o «inmanentismo». Por ello, su pensamiento es contra todas las formas de ese inmanentismo (que no es otra cosa que la voluntad de totalizar, clausurar o asfixiar un mundo sin dioses hasta producirlo como inmundo). El inmanentismo se sostiene sobre la creencia actual de que todo está hecho para y por el ser humano y que la función de este consiste en formalizar y someter a sus determinaciones hasta el último grano de arena. Frente a esto, Nancy apuesta por una «humanidad sin humanismo» y «una comunidad sin comunión», es decir, por evitar la fusión o totalización de los sujetos humanos en un Nosotros sin más. El inmanentismo consiste en esperar por nosotros en nosotros la venida de ese Nosotros sin más, esto es: en ya no esperar nada. A contrapelo, la comunidad inoperante de Nancy no comulga en una totalidad cerrada, no cierra el mundo hasta producirlo como inmundo, sino que lo abre: lo desorbita. Abre el mundus corpus, como mundo del contacto con lo otro, del acariciar los límites de lo humano y asomarse (ya no a lo divino), sino a la singularidad de los cuerpos, a la pasión del ser singular y al amor, que es «el tacto de lo abierto».

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Evitar el inmanentismo en un tiempo en el que ya no queda «sentido incorporal» implica pensar el cuerpo en las afueras de Occidente. Nancy no piensa el cuerpo como cerrado en sí mismo, como un peso muerto a la orilla del espíritu o como la carne susceptible a toda clase de sensualismos y hedonismos, sino como una apertura o ex-posición del ser: «El cuerpo es el ser expuesto del ser». Así pues, como ser expuesto, no se trata de una masa cerrada que ocupe un espacio, el cuerpo no ocupa un espacio, sino que lo abre, lo espacia y espesa con una intensidad singular: un rostro, una mirada, una muerte y una voz que resuenan al límite. El cuerpo singular desorbita en cada borde la inmanencia, pero sin postular tampoco ninguna trascendencia definitiva. 

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Y, más allá del cuerpo, Nancy pone todo su cuerpo en un trazo de escritura. La escritura es la forma de exposición del ser un paso hacia fuera del cuerpo, o bien: la prolongación del cuerpo en su retirada. En la escritura no tocamos con el dedo la ausencia de sentido incorporal (ese que tocamos todos los días), sino que tocamos la pluma y esta toca la hoja y en su fricción aparece ese trazado que no puede ser sino tembloroso, un ir a tientas hacia lo abierto, un dejarse el cuerpo para que otro lo acoja, lo altere y lo arroje como una barca a la deriva del lenguaje: «¿Qué es un cuerpo, un rostro, una voz, una muerte, una escritura no indivisibles, sino singulares?». El ser singular es la alternativa que da Nancy a la metafísica del sujeto y al atomismo del individuo, pues el ser singular no es nunca un sujeto o un individuo autónomo, sino un cuerpo y su trazado, constantemente expuestos a la alteridad y, sobre todo, a la muerte del otro y a la comunidad sin comunión (inclausurable e inconsumable). Por ello Nancy sostiene que «la comunidad le ocurre al ser singular». Esto quiere decir que el ser singular no es más que un movimiento hacia la comunidad, pero esta comunidad no es un todo de los seres singulares fusionados en un Sujeto colectivo, sino un repartirse la finitud del ser, un diferenciarse en tanto que cuerpos que bordean a otros cuerpos. El ser singular expone su finitud y así des-hace la comunidad, no se funde en ella, sino que transmite su propia limitación. En suma, de ese modo transmite precisamente un sentido en la época del sinsentido, es decir, transmite «un temblor al borde del ser». 

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Con su muerte, Nancy nos ha dejado por pensar el cuerpo al borde del ser y el temblor que recorre ese cuerpo toda vez que se ex-pone a la comunidad sin comunión. Pero, al mismo tiempo, nos ha dejado una posibilidad de sentido en un mundo que ha agotado todo el sentido incorporal, es decir, todo el sentido del cielo. Como vimos, no se trata de la resignación inmanentista y nihilista de regodearse en el fango o en la masa indiferente de un cuerpo abyecto, sino de abrir espacios con el cuerpo singular y con la singularidad de un cuerpo. 

La escritura de Nancy nos toca allí donde creíamos que el sentido había terminado, porque nos revela que hay sentido más allá del sentido y que este se llama el tacto de lo abierto. Pero ¿podremos pensar ese modo abierto del tacto? ¿Hay espacio suficiente en esta máquina que nos constriñe para siquiera tocarnos en nuestras aberturas…?

«Dieciséis mil millones de ojos, ochenta mil millones de dedos: ¿para ver qué?, ¿para tocar qué? Y si es únicamente para existir y para ser estos cuerpos y para ver, tocar y sentir los cuerpos de este mundo, ¿qué podremos inventar para celebrar su número? ¿Podemos siquiera pensarlo, nosotros a quienes la llaga fatiga, solamente fatiga?» (Corpus)


*Todas las citas fueron extraídas de los libros La comunidad inoperante (traducción de José Manuel Garrido. Santiago de Chile: Lom Ediciones, 2000) y Corpus (traducción de Patricio Bulnes. Madrid: Arena Libros, 2016)