Samoa・Blog

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Sobremesa de cambio de año

Salí a caminar animado por la mañana soleada, recorrí barrio Luján y Francisco Peralta. Incluso hoy, absorbido por el tic de las rejas y candados, la personalidad o actitud o carácter de barrio Luján le lleva kilómetros y años de ventaja al otro, no hay discusión. Además, cuál es el perímetro de Francisco Peralta, ¿manzana y media? Zapote, Los Yoses, González Lahman, Luján, ¿todos colindan con ese barrio de pasado oligarca perdido?

En la caminata me crucé con un par de maes, uno joven, el otro de cierta edad (es decir, mi contemporáneo), ambos estrenando indumentaria runner, entregados sin duda a uno de los propósitos de Año Nuevo. Enternecido, entré a una pulpería y compré cigarros, luego desayuné en La Tortillería. Lo digo siempre, mis propósitos de Año Nuevo dependen todos del azar.

Arranqué el 2025 releyendo Mar de fondo (Lanzallamas, 2021), una joyita de Byron Salas, escritor tico joven con quien me encanta conversar cuando paso por la Librería Andante (es librero insigne también). Byron escribe desde un terreno propio, como un país estilístico que tuviera su propio idioma. En lo personal, admiro y disfruto lo que no es otra cosa que amor por el lenguaje, gesto que lleva al límite sin derrapar. En esa forma está el fondo, o en esa forma potencia el fondo de lo que narra. Es un merodeo próximo al barroco pero, digamos, aggiornado. Como no le tiene miedo al lenguaje, su poesía es exponencial y su prosa narra líricamente, cuenta entre velos, invita a la desorientación (dicho esto como acierto literario). No hay una única manera de escribir, no existe la manera o estilo correcto (el omnipresente fraseo anglosajón —corto y claro— es válido pero no como canon impuesto), cada tanto le toca a un grupo de artistas recordárselo a los demás. “Me gusta ser hermético, pero no siempre”, dice Salas en Mar de fondo. En mi opinión, Byron Salas y Gabriela Peña-Valle son dos buenos ejemplos de esta escritura no histerizada por facilitarle la experiencia al lector (que, aquí meto cuchara, de nada ha servido porque ese lector genérico tampoco lee literatura que-se-entienda).

En síntesis, si bien escribir es en sí un acto de resistencia, me parece que, hoy, el gesto de Byron Salas es más político, en el sentido más digno del término, que el de la escritura desde la literalidad. 

Por el contrario, uno de los últimos días de diciembre llegué con expectativa a ver The Substance (2024, de Coralie Fargeat) para reconocer que otra vez fui presa del marketing. Un largometraje que potencia precisamente el discurso que pretende cuestionar, una obra armada desde una literalidad infantil, perezosa en el fondo y efectista en la forma (técnicamente, hay que decirlo, es notable), en cuanto a tratamiento del tema para mí es menos una película que una discusión de grupo de WhatsApp. Un botón de muestra de algo que dice no tan entre líneas: envejecer es desagradable. 

En fin, hablar es gratis. Me voy con esto: el 31 fuimos a pasar el cambio de año a la fiesta de familia extendida de una amiga querida. En un momento, ya con el conteo final de Radio Reloj, repartieron luces de bengala y adultos, niñas y niños agitaban o sostenían ese fuego artificial miniatura mientras coreaban la cuenta regresiva, fue entonces que vi a LaMenor, mi hija adolescente, rodeada de esas estrellas minúsculas y veloces, levantando su brazo con la bengala hacia la bóveda del cielo nocturno y por un par de brevísimos segundos me pareció la dueña de todo lo bueno, de todo lo luminoso y vibrante que nos es dado conocer. Y quise que ella pudiera ver lo que yo veía.