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Palabras físicas: tres rotas rojas, cría bestias feroces

Palabras físicas: tres rotas rojas, cría bestias feroces

“La imagen mental que uno tiene de su propio cuerpo 
se transforma a un ritmo más lento que el cuerpo mismo”.
Phillip Lopate

 

Siempre he estado atenta a los cambios. Un nuevo lunar, una estría, la aparición de un archipiélago en el lado izquierdo de mi cara. También noto su ligereza o, por el contrario, su pesadez. Pero nunca me subo a una balanza buscando descubrir el peso de mi cuerpo en kilos. Nunca, hasta este mes: llevo el registro diario de mi peso intentando buscar patrones, manifestaciones del ánimo, del estrés, o simplemente del paso del tiempo. 2 de febrero: 57,2 kilos. 16 de febrero: 56,9 kilos. Ningún patrón a la vista. Lo dejo. Daniel Pennac, en Diario de un cuerpo, reclama que quienes escriben un diario, jamás hablan de sus cuerpos.

Casi a diario recibo en mi teléfono el registro de una pausa: 18 de febrero: 4 minutos, 35 segundos. Mi amigo G lleva un registro de su apnea voluntaria, sin propósito aparente. O cuyo único propósito, atreviéndome a adjudicarle uno, es el de romper con los límites de su cuerpo. Son los números los que enmarcan las potencialidades de la materia física que somos. Los nuevos récords en los Juegos Olímpicos, los récords personales. ¿Cuándo encontraremos el verdadero límite? ¿Siempre se puede más? Empujar al cuerpo adonde no ha ido jamás.

Acá, otro número para la cultura de lo performático: 33,05. Ese es el número invariable de otro amigo, T, en la prueba de 50 metros estilo libre. Es la prueba más rápida que existe en natación. Su objetivo no es bajarlo, sino mantenerlo. Tener 47 años no se trata de descubrir nuevos números, se trata más bien de tener muy claro cuál es el tuyo. El límite de la velocidad. La edad en donde no se puede ir más rápido. El verdadero límite invisible. 

Otro método para retratar el propio cuerpo es el reflejo inmediato de tomarse una selfi frente a un espejo. Mi amigo E toma de vez en cuando esas fotos. Intuyo que es una manera de recordarnos lo que hay al otro lado del lente. Un statement de que, a pesar de lo técnico y lo numérico (velocidad del disparo, enfoque, profundidad de campo), lo que hay verdaderamente es el ojo de alguien, el otro origen de la belleza. Otro yo que se asoma en una nueva composición. Tal vez nuestros intentos van en la persecución de un retrato imposible.

Phillip Lopate divaga sobre los mecanismos de su cuerpo: “Cuando estoy sentado, la cabeza se me inclina hacia la derecha; cuando camino, la parte superior de mi cuerpo se encorva hacia delante, en un intento furtivo por ver de antemano lo que hay en la calle”. La rigurosidad del cuerpo es un lenguaje que hablamos. Tengo el útero torcido. ¿Cómo se alteraría la percepción de mí misma si pudiera verme por dentro? A esto se le llama interocepción: es un sentido menos conocido que ayuda a entender y sentir lo que sucede dentro del cuerpo de una. También existe su opuesto, la propiocepción, que según la RAE es “la percepción inconsciente de los movimientos y de la posición del cuerpo, independiente de la visión”. Tal vez el desarrollo de la interocepción sea la clave futura para la inmortalidad. 

La inmortalidad o la ilusión de la inmortalidad es el límite último. Todos nuestros esfuerzos como cardumen, en medicina, biología, física, astrofísica, religión, en todo, están ligados a esta búsqueda por mover ese límite, llevarlo más lejos, aunque sea a una distancia microscópica de donde estamos. El récord mundial de 50 metros estilo libre es de 20.91. El récord mundial de apnea estática es de 11:35 minutos. Una inmortalidad, entonces, está libre de números o, por el contrario, se compone de números infinitos.

La inmortalidad o el control. “La escritura es control”, dice Zadie Smith en uno de sus ensayos. Escribir es control. Y escribir el cuerpo ¿qué es? En el ámbito de las ciencias todo indica que vivimos más. En el lenguaje, ¿cuál es su equivalente? ¿La ciencia ficción? El futuro del cardumen sería poder controlar nuestras enfermedades, los funcionamientos erráticos, evitar la muerte de las células por nuestros propios medios. Una evolución. ¿Una idea errónea, un imposible? Vivir más, por la interocepción. ¿La escritura sería el medio? Hay algo de doblegamiento y de sentencia en todo esto del cuerpo. Giraud, una escritora francesa, ya lo dijo: "Al principio no sé que tengo un cuerpo. Que mi cuerpo y yo no vamos a separarnos nunca".

La escritura también mide. Samanta Schweblin midió la distancia de separación de un cuerpo con otro cuerpo en Distancia de rescate. Guadalupe Nettel midió una invasión al cuerpo con su novela El huésped. Y con Parentesco, de Octavia E. Butler, un cuerpo moderno vivió la esclavitud del sur de Estados Unidos. La inmortalidad como resistencia del cuerpo. El retrato escrito del cuerpo para una apropiación, un autoconocimiento, un método para el hallazgo, contra el aburrimiento, una escapatoria de la prisión, una divagación entre tantas certezas, un lenguaje físico, unas palabras físicas o, como diría Clarice Lispector, “palabras solo físicamente”. 

“Cuando escribo, siento que son ellos (los dedos), y no mi intelecto, los lúcidos progenitores del texto”. Subrayo esta frase de Lopate, me interpela anatómicamente. Mis manos piensan. Misteriosamente, las palabras que corté de un libro de segunda están dispersas en la mesa. Si la cabeza interviene, no fluye. Son las manos quienes guían el orden, la selección y el sentido de las palabras y los versos. Mis manos mortales. Ellas tienen otra moral, otros valores, emplean otras estrategias de lo que vale la pena decir, descubren otros ritmos y potencias, otros límites, para ser exacta. Mis manos escriben: 

El tiempo muerto

© Samoa,