La luz del mundo
1. Mi vecino M dejó de luchar con su propio proyecto y aceptó un trabajo en una startup. Es un respiro un poco incierto (nunca se sabe cuánto va a durar una startup), pero mientras dura significa que al fin M tiene seguro de salud. Ya no debe andar aterrorizado por el mundo, temiéndole más a la cuenta de la ambulancia que al ataque al corazón. Su nuevo seguro dental lo obliga a instalar un app en su teléfono para hacer las citas y comunicarse con su dentista. También le han mandado un paquete con un cepillo de dientes eléctrico y otros accesorios. El cepillo se controla a partir del teléfono, y va acumulando estadísticas de frecuencia y tiempo de cepillado. Toda esta información va directamente a su dentista, y en el futuro podría afectar el precio de su seguro dental; es decir, si se porta bien y obedece, su precio continuará estable. Cada vez vamos aceptando más formas de vigilancia, más suspiros autoritarios al oído, más pequeñas mezquindades electrónicas y gestos digitales absurdos.
2. Una cosa que no se me hubiera ocurrido en 1996 cuando me conectaba a Internet con un módem de chirridos, era que en el futuro cada día tendría acceso a la evidencia incontrovertible de la violencia racial y la muerte de las personas negras. No tenía idea de que iba a abrir los ojos todos los días y de inmediato consumir imagen tras imagen de muchachos negros siendo atacados, golpeados, inmovilizados, insultados y a veces asesinados en frente de sus familias o sus amigos, o rodeados de extraños, o insoportablemente solos. Toma tras toma de una cámara telefónica temblorosa, los muchachos y las muchachas despojados de su dignidad por la Policía, como todos los días por más de doscientos años. Desde que vi a Philando Castile morir asesinado de siete balazos frente a su hija de cuatro años, algo se rompió dentro de mí y ahora no puedo ver más, no me caben más muertes en la cabeza. No porque prefiera volver a la ignorancia visceral de esta verdad asquerosa, sino porque me da miedo un día ver un video y ya no llorar.
3. A un lado de la mejor taquería del barrio queda una sucursal de La Iglesia del Dios Vivo Columna y Apoyo de la Verdad «La Luz del Mundo», que es un nombre espectacular pero que tiene algún sentido cuando se sabe que la denominación tiene origen en Guadalajara, a mediados de los sesenta. En esta iglesia, que es más bien un pequeño salón, se congregan un montón de personas, todos de baja estatura por alguna razón. A veces me parece que la puerta es minúscula. La mayoría se oyen centroamericanos y casi siempre andan muy contentos. La Luz del Mundo es una de esas iglesias donde se habla en lenguas y se operan milagros, pero hasta los pentecostales comunes y corrientes han decidido que son una secta. Las mujeres y las niñas están absolutamente controladas, aisladas de los hombres y carecen de toda autoridad en la jerarquía. Se visten con unas enaguas que llegan hasta el suelo y algunas andan todas de blanco cubiertas de pies a cabeza. A veces me dan ganas de hablarles a las muchachas, pero creo que no pueden interactuar con la gente de afuera. Me pregunto qué pensarán de San Francisco, que es orgullosamente ciudad hermana de Sodoma. Qué pensarán de nosotros (aparte de que nos espera el fuego eterno). Me pregunto si ahora que todos tenemos la sensación de la llegada del fin del mundo, por fin nos encontramos en el mismo punto.
4. Esta semana me toca votar en las elecciones locales. Desde que ganó Trump, los demócratas se ven en la incómoda posición de que, aunque Fox News los llame la izquierda, la verdadera izquierda ahora llega a protestar a sus eventos, a reclamarles que sean tan vendidos a la industria carcelaria, de defensa y de salud. En California la izquierda no es jugando: somos las comunistas que los republicanos se imaginan cuando quieren asustar a sus chiquitos. Queremos todo y lo queremos ya: somos feministas, queers, negros, inmigrantes, pobres. Alguien tiene que pedirlo todo, no todos podemos jugar el rol de ser razonables y realistas, porque el respeto y las buenas maneras nunca han ganado una lucha por la justicia. Si algo ha hecho este clima político horrible es que nos ha desesperado, nos ha quitado de encima las formas. La represión que viene va a ser violenta, está por ahí en la sombra, impredecible.
5. Últimamente tengo miedo de que se me olviden las cosas, entonces trato de invocarlas, como ver una cinta VHS a la que se le ha grabado encima muchas veces. Cuando estábamos chiquitillos mi mamá conseguía, gracias a su trabajo, una cabina enorme en Puntarenas, en la que podían hospedarse 16 personas. Con un poco de suerte y mucho juntar la plata, era un viaje que se hacía posible para toda la familia extendida, en buses que salían de la Coca Cola y en el cajón del camión repartidor de mi tío. Éramos siempre como 24, pero el guarda se hacía el de la vista gorda. Pasábamos los días llenándonos de arena negra, comiendo salchipapas, durmiendo amontonados en camarotes, quemados y llenos de leche de magnesia, picados por los zancudos. Recuerdo estar en el peligroso filo de la adolescencia y todavía disfrutar el Paseo de los Turistas, la playa sucia del puerto, los casetes grabados de la radio, la risa incontenible de mis primos cuando todavía no nos había pasado nada, los almendros llenos de grillos, y en la oscuridad, el mar.
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