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'La oscuridad intacta', de Dana Gioia

Dana Gioia o por qué los poemas no se caen*

Los poemas son una de las estructuras más maravillosas que el ser humano ha creado. Son estructuras en el tanto se encuentran delimitados y contienen una carga que determina su grado de tensión y su extensión. Y son maravillosos porque sobre ellos, si están bien construidos, podemos cargar nuestros fardos más pesados y nuestra anhelada levedad. Puede tratarse de una estructura como una lámpara o un puente, pero en todo caso se trata de algo que sostiene su propia existencia. Lo que no admite el poema es el descuido, la chapuza, pero a esto volveré después. 

La estructura de un poema no es su estructura gramatical; la gramática, las palabras y su sintaxis son el material, pero no su estructura. Las palabras son la materia sólida, mientras que la estructura es algo más, como la cualidad dúctil del verso. Por eso cuando hablamos de la estructura como métrica –y peor, rima–, solo estamos atendiendo a la capacidad de almacenamiento del verso o a su musicalidad. La estructura es algo más, es el nivel de resistencia que otorgamos al verso para contener la carga que debe soportar y conducir. 

Cuando sentimos que estamos frente a un mal poema no se trata de que esté «mal escrito» o lleno de lugares comunes, un mal poema es el que es incapaz de contener lo que pretende decir; por ejemplo, cuando la carga se concentra en una parte del poema y sentimos que el poema se rompe, o cuando la carga se diluye demasiado sobre una estructura que ya no conduce nada (es decir, cuando el poema sigue hablando sin tener nada que decir). Con demasiada frecuencia desatendemos la decisión de la estructura de un poema, y esto tiene un costo que tal vez no cobre vidas humanas, pero sí de lectores.

No creo necesario aclarar que poesía no es religión y que podemos hablar de estructura tanto en la poesía monódica griega como en la poesía concreta brasileña, sin que esto obligue a preferir ninguna. Hace muchos años, Octavio Paz dio en un poema la que quizá sea una de las más preciosas definiciones de estructura: «La forma que se ajusta al movimiento / no es prisión sino piel del pensamiento». 

La estructura implica ciertas reglas, admite, sí, su propia ley, pero ninguna estructura puede carecer de preceptos, de la misma manera que ningún juego puede jugarse sin reglas. Obviar la estructura en aras de la libertad creativa es una excusa fácil que juega siempre en contra del oficio, de cualquier oficio. 

De la misma manera en que cada día las ciudades se están transformando en espacios más deprimentes e inservibles por las estructuras que construimos en ellas, buena parte de la poesía se ha convertido en una urbe desfigurada e inhabitable, donde pocos quieren permanecer y cada vez por menos tiempo.  


La oscuridad intacta

La aparición de La oscuridad intacta, selección de poemas del escritor estadounidense Dana Gioia, editada y traducida por Gustavo Solórzano-Alfaro y publicada en España por Pre-Textos, fue una de las pocas buenas noticias que nos dejó el 2020. En este barrio donde todo el mundo sabe casi todo lo que va a pasar, de pronto aparece algo como La oscuridad intacta, que nos sorprende y nos muestra el reverso de la familiaridad. 

Para mí –como supongo que para muchos otros lectores– este libro fue el descubrimiento de la obra de un gran poeta y representó también la alegría de saber que fue gracias al trabajo de un escritor costarricense. 

A diferencia de la música, que no requiere ni puede ser traducida, la traducción en la poesía se torna imprescindible para los que no hablamos el idioma del autor. Suena muy bien eso de «sentir la música de las palabras», pero para quien quiere pasar de la música a la literatura, el sentido de las palabras se vuelve imprescindible. 

Así las cosas, la traducción debe considerar no solo su propia aproximación temática o semántica al poema original, sino también diseñar una estructura similar utilizando materiales distintos a los que empleó el autor. Pero no me referiré a estas vicisitudes de la traducción, que es un tema apasionante también, sino que me interesa compartir unas pocas apreciaciones sobre la estructura en los poemas contenidos en La oscuridad intacta.

Dana Gioia es un poeta consciente de la importancia de la estructura, sus poemas son magníficas lecciones sobre el grado de elasticidad precisa para contener la carga del poema y distribuir las tensiones para evitar la laxitud o la fractura repentina. De un poema como “Un réquiem por California” (pp. 127-129) a otro como “Lo no dicho” (p. 135), el poeta o el simple lector atento aprenderá algunos importantes secretos sobre el oficio de versificar. 

Para este breve espacio tomaré como ejemplo el poema “Pentecostés” (p. 125, la numeración es mía, para facilitar las referencias):

Pentecostés

Tras la muerte de nuestro hijo

[1] Ni los sufrimientos de la tarde –que aguardan en la casa silenciosa–
[2] ni la noche sin dormir traen alivio cuando el recuerdo
[3] repite su acusación. 
[4]
[5] Tampoco el dolor matutino por la ilusión del sueño ni oración
[6] alguna improvisada para un dios desconocido
[7] pueden extinguir la llama. 
[8]
[9] No somos lo que fuimos. La muerte ha sido nuestro pentecostés, 
[10] y nuestra inocencia, consumida por estas implacables
[11] lenguas de fuego.
[12]
[13] Consuélame con piedras. Sacia mi sed con arena. 
[14] Te ofrezco esta mano cicatrizada por la culpa
[15] hasta que otros remuevan nuestras cenizas.

Como es evidente desde el epígrafe, se trata de un poema de duelo, un duelo percibido como purificación divina a partir del dolor. Al igual que el Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles en el pentecostés, el dolor por la muerte del hijo desciende sobre los padres consumiendo su viejo ser, su vieja vida.

Se trata de un poema corto. Por regla general, cuanta mayor sea la carga emotiva de un poema y cuanta más verdad pretenda expresar, menor será su estructura, tanto en la extensión del poema como del verso. El verdadero dolor o la profunda verdad no admiten el excesivo discurrir, reclaman la precisión. Dicho de otra forma: el dolor y la verdad eligen siempre el camino más corto. Es el caso de este poema. 

Los primeros versos de cada estrofa [1, 5, 8 y 11] son los más largos del poema, los segundos serán menos largos, y los terceros, los más cortos. Esto permite pasar de un largo aliento inicial a casi el susurro que cierra cada estrofa. Así, la estructura general del poema alude a la pendiente emocional del duelo, a las pocas fuerzas que persisten con la única intención de decir unas palabras al viento, y que se agotan demasiado rápido, como la vida.  

Las pausas entre las estrofas [4, 8 y 12] son importantes, no solo como silencios, sino sobre todo como determinaciones de espacio. La versificación propone un espacio rítmico armónico que contrarresta la arritmia del dolor. El poeta vuelve a ordenar el universo, como el pequeño dios de Huidobro, aún en medio de sus cenizas.    

Por otra parte, mientras las estrofas se construyen sobre una estructura métrica en descenso, la carga trágica va creciendo, como lo denotan los últimos versos de cada estrofa, que comienzan con la acusación [3], continúan con la llama [7], luego el fuego [11], y por último las cenizas [15]. El sentido se adensa desde la primera estrofa, en la que encontramos palabras con una carga semántica equilibrada entre lo oscuro y la luz; mientras que en la estrofa final no hay espacio para la levedad, todas las palabras remiten a una significación oscura, propia de una súplica desconsolada. 

Así, tenemos un poema escrito con una intención precisa –o tal vez una intuición nacida del trabajo–, diseñado como una estructura capaz de soportar la enorme carga emotiva que busca expresar. 

La oscuridad intacta es un libro abundante en maravillas. Solo quise apuntar en este breve artículo a un aspecto formal que me parece de una enorme utilidad para encarar el oficio poético en estos tiempos, pero el lector interesado sabrá encontrar otros caminos y reconocer un espacio habitable entre sus páginas. Cierro con un ejemplo:


¿Cuántas cosas más pude añorar ese día?
Todas, sin duda alguna. Quizá ese es el punto:
aprender que se pierde lo que no sostenemos.

(de “El huerto de manzanas”, p. 165).

La oscuridad intacta, Dana Gioia, Editorial Pre-Textos, 2020, 212 pp. Edición y traducción de Gustavo Solórzano-Alfaro.

*El subtítulo alude al libro Estructuras o por qué las cosas no se caen, de J.E. Gordon (trad. Valentín Quintas, Madrid: Calamar Ediciones, 2004), que todo aspirante a ingeniero o poeta debería leer.