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'Al límite', de Thomas Pynchon

'Al límite', de Thomas Pynchon

Tecnofilia y cyberparanoia. Exceso de videojuegos, Pokémon y música pop (de la mala). Dios –¿un japonés? –, un inframundo y almas en pena –vivas y muertas–. La Deep Web, fraudes informáticos e información fraudulenta. Investigadores privados, hackers y cazadores de plugins de Photoshop. Conspiraciones, terrorismo y horror. El final de una era y el inicio de otra, más sombría. Es la historia de Nueva York en éxtasis, Nueva York en pánico y Nueva York al límite.

Tusquets nos brinda la traducción de lo más reciente de Thomas Pynchon: Al límite, novela que es y no es un «libro total» del mítico escritor estadounidense. Es una paradoja. Vicio propio (2009), una obra tan directa de un autor tan difuso, desconcertó a la crítica. Se creó, entonces, una división: el Pynchon clásico –el de El arcoíris de gravedad (1973): excesivo en estilo, referencias y construcción narrativa– y el Pynchon Lite. Al límite existe en un limbo entre ambos.

Todos los elementos que constituyen las obras monumentales de Pynchon –El arcoíris… y Contraluz (2006), por ejemplo– están ahí: la comedia tipo slapstick, la trama laberíntica e impenetrable, el exceso de subtramas, el ensamble de personajes desequilibrados y cómicos, los nombres estúpidos, la paranoia y la melancolía de nuestra existencia. Pero, aun así, Al límite se siente más apegada a la estructura de sus trabajos más tradicionales –más «modestos», dirán algunos–, como Vicio propio y La subasta del lote 49 (1966): un misterio contado desde la perspectiva de un único personaje principal. Claro está que Pynchon es Pynchon, y, por tanto, todavía encontramos esas páginas donde la trama se pone en espera para darles paso a historias pequeñas, absurdas, muchas veces con humor juvenil, y que no podemos evitar amar.

Tal y como se espera de este autor, la novela toma la forma de un relato detectivesco. Es primavera del 2001. Estamos en el Upper West Side –«Yupper West Side»– de Nueva York, en pleno boom de las dot-com. A la puerta de la detective de fraudes Maxine Tarnow llega un caso: fondos de una nueva y famosa compañía de seguridad en Internet, hashlingrz, están siendo trasladados a una empresa sospechosa bajo el posible consentimiento del dueño, el joven y patán multimillonario Gabriel Ice. Así, Maxine se adentra en una red de extrañas coincidencias que la llevan desde los rincones más oscuros de la web hasta el fuego en el cielo. Sí, esas coincidencias, que se vuelven conspiraciones y terminan en paranoia, podrían estar relacionadas con el evento que definió el inicio del siglo XXI: el atentado contra las Torres Gemelas.

Los detalles de la trama son difusos. Las novelas de Pynchon nunca han dejado el sentimiento de haber apreciado una pintura clara y definida, sino el de haber recibido una transmisión con mucha interferencia, la cual, presentimos, decía algo muy importante, pero que no pudimos decodificar del todo. Esto no es una debilidad: es el encanto de su estilo. Además, con Pynchon lo relevante siempre ha sido el contexto: la Historia, vista a través de las relaciones de poder que mueven al mundo, es la verdadera protagonista de su corpus narrativo.

En Al límite, entonces, tenemos una fascinación por el mundo informático, pero también un constante miedo de su poder infinito para cuantificar y mover hilos invisibles en aquello que determina nuestra dinámica como sociedad. También encontramos un evento de pura crueldad que marcó el tono de este nuevo siglo. Sus causas, dicen los conspiradores –dice también Pynchon–, fueron horripilantes. Esto no lo sabemos; lo que sí podemos afirmar es que sus consecuencias no han sido menos detestables.

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Al límite, Thomas Pynchon, Tusquets, 2014, 496 pp.

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