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Las bizarrías de Larissa

Las bizarrías de Larissa

Los anglicismos no son un problema: son el reflejo de un problema.

Álex Grijelmo

I


Los Superamigos, versión edulcorada y familiar de la Liga de la justicia de DC, fue una de las series animadas que marcaron mi infancia. No sé si aún seré capaz de tolerar su narrativa simple y tautológica, pero escuchar su tema musical sigue inyectándome entusiasmo.

Uno de los antagonistas frecuentes en la serie, que funcionaba bajo la estructura del “monstruo/enemigo de la semana”, era Bizarro, una suerte de reflejo distorsionado de Superman creado por el escritor Otto Binder y el artista George Papp en 1958. Entre sus rasgos físicos más característicos se encontraban sus facciones exageradamente angulosas y la ese invertida en el pecho de su traje, mientras que en su personalidad destacaba su rechazo crónico al sentido común.

El personaje marcó definitivamente mi percepción de la palabra “bizarro”, la cual asocié, irremediablemente, con algo distorsionado, enrevesado y que desafía expectativas.

II

Muchos años después de la última transmisión de Los Superamigos en la televisión, me encontraba leyendo a un autor nacional que he olvidado cuando, en alguna descripción, me topé con que unas muchachas eran calificadas por el narrador como “bizarras”. La sorpresa fue, como era de esperarse, mayúscula, puesto que el contexto no daba para pensar que aquellas jóvenes compartieran algún rasgo con la versión deformada de Superman que yo conocía. Busqué en el diccionario y la sorpresa no hizo más que aumentar al toparme con esto:

Del it. bizzarro 'iracundo'.

1. adj. valiente (‖ arriesgado).

2. adj. Generoso, lucido, espléndido.


El impacto solo podría compararse al que produce descubrir que Santa Claus no es quien trae los regalos en navidad o que todos los Froot Loops, en realidad, saben igual. Así que había estado engañado toda mi vida… “Bizarro”, al menos en español, era el peor nombre para el personaje por el que conocí el término. ¿Cómo adaptarse a semejante reajuste?

El Diccionario Panhispánico de Dudas recomienda evitar su empleo como “raro o extravagante”, pues se trata de un “calco semántico censurable del inglés o del francés bizarre”. Un defensor de la pureza del español, como era yo entonces, tenía que someterse, reconfigurar mente y memoria para dejar de utilizar “mal” el término. Sin embargo, pronto entendí que el “daño” era demasiado profundo: por más que lo intentara, en mis conversaciones solía surgir el uso equivocado. Es que, ya con franqueza, hasta la fonética de la palabra contribuye a la confusión. Inténtenlo: digan “bizarro” en voz alta y piensen en alguien valiente, generoso o espléndido… no se puede, es así de simple.

Sin saberlo, estaba comenzando a entender cómo una lengua crece y se transforma mucho más allá de lo que indican sus normas o quienes pretenden hacerlas respetar

III


Larissa Rú es una autora costarricense nacida en 1998. Leyendo su obra, que al momento en que escribo esto se compone de dos novelas y un cuentario, uno de los aspectos que llamaron mi atención fue, precisamente, el uso de anglicismos. En Plenilunio (2021), su novela de fantasía que podría asociarse también al subgénero de dark academia, un personaje “hesita” antes de bajar una escalera. Este uso tan particular llamó mi atención pues lo asocié con el verbo “hesitate”, equivalente a “dudar”. Aunque luego corroboré que en realidad “hesitar” sí se documenta en español (de hecho proviene del latín “hesitare” que significa, justamente, “dudar”), creo que podemos admitir la duda razonable de que la autora lo haya calcado del inglés.

Y como ese, hay otros ejemplos. En Cómo sobrevivir a una tormenta extranjera, novela que le valió a Rú el premio nacional en 2020, la protagonista, empleada en una pastelería, señala que trata de “resumir rápidamente el trabajo” junto con otra compañera. En este caso, estamos ante un probable calco del término “resume” que, en inglés, significa “reanudar”. En su relato “Manos”, dos personajes avanzan “embrazados”; si bien el verbo embrazar se utilizó como equivalente a “abrazar”, ya está en desuso, por lo que, de nuevo, cabe dudar razonablemente que se trata de un calco del inglés “embraced”. Lo que me interesa acá no es lo correcto o incorrecto de estos usos, sino su condición de posibles y probables calcos del inglés.

IV

Mi grupo de amigos del colegio (que representa una buena base del grupo de amigos que mantengo al día de hoy) tuvo muchas facetas particulares, por llamarles de algún modo. Una de ellas fue cuando nos dio por decirlo absolutamente todo en español y condenar de alienado a quien incurriera en un anglicismo innecesario. Así, los jeans pasaron a ser “tejanos” y el maus “ratón”. Entiéndase el asunto en su correcta proporción: lo traducíamos todo, hasta los nombres de los restaurantes: KFC era PFK (Pollo Frito Kentucky, claro) y Taco Bell pasó a llamarse Taco Campana… en fin, la adolescencia. Este fervor lingüístico propio de ibéricos me llevó a, eventualmente, sentir una profunda satisfacción al encontrar una manera castiza de llamarles al software y al hardware (programática y mecamática, según mi profesora de Lógica computacional), así como al descubrir que un flashback era, en español, una regresión, mientras que un fastforward era una prospección. Era, pues, alguien con quien Álex Grijelmo, el autor de mi epígrafe, se hubiera llevado muy bien.

Y todo eso antes de estudiar Literatura. Curiosamente, en la carrera mi fijación se fue atenuando, aunque mantenía una atenta vigilancia, sobre todo con los más jóvenes. Un amigo una vez señaló que su lugar de trabajo “soportaba” a una empresa. De inmediato le señalé que estaba haciendo un horrible calco del inglés “support”, que en español no equivale a “soportar” sino a “dar soporte”. Nunca (que yo recuerde) lo hice de mal modo ni con intenciones hirientes, pero sí era, digamos, ferviente con el asunto.

La lectura de la obra de Larissa, acaso por su juventud, me llevó a la reflexión. Yo, nacido en 1984 y, por tanto, formado míticamente por muchísimas saturday morning cartoons (que aquí se transmitían a cualquier hora de cualquier día, claro) aprendí la palabra “bizarro” como un calco del inglés y tuve que aceptar que me resultaba imposible aceptarla con otro significado; Larissa, nacida en 1998, creció en una época en que Los Superamigos ya no se transmitía, pero en la que el inglés se había consagrado como la segunda lengua más cotizada en Costa Rica y el mundo. Tanto el sistema educativo como el sector laboral contribuyeron a esta consolidación, la cual tenía ya mucho tiempo gestándose. De hecho, es hacia finales de los 90 cuando la educación pública nacional comienza a incorporar la enseñanza del inglés en sus programas. La presencia de empresas transnacionales, la oferta de trabajos en callcenters y similares, la exposición a la cultura estadounidense (a través del cine, la música y la televisión) el uso común de la lengua en gran parte del mundo convirtieron el inglés en un hecho prácticamente ineludible, por lo que la adopción de anglicismos termina siendo, también, ineludible. Más que una violación a las normas o un atentado contra la identidad del español, se trata de asimilaciones naturales que ocurren tarde o temprano dependiendo del contexto y el acontecer histórico¹. Hoy en día, nadie en su sano juicio condenaría el uso de palabras como “ojalá” o “almohada”, las cuales se adoptaron del árabe dada la presencia arabófona en la península ibérica durante gran parte de la Edad Media. 

Más que una pérdida identitaria y cultural, la progresiva adopción de extranjerismos representa una transformación orgánica y esperable que expande las fronteras de una lengua y sus posibilidades de expresión. Incluso, como en el caso de “hesitar”, su estudio nos puede llevar a redescubrir aspectos de la lengua materna que ignorábamos, por lo que antes que condenar y juzgar a los jóvenes, lo mejor sería comprender las transformaciones de sus formas de hablar y, como me pasó, considerar si no vivimos situaciones similares durante nuestro propio aprendizaje.

V

Como todo cae por su propio peso, ya en 2016 la acepción de “bizarro” con la que crecimos los seguidores de Los Superamigos se encontraba en estudio para, poco después, permitirle estrenar su limpia, fija y esplendorosa tercera acepción en el diccionario:

3. adj. Raro, extravagante o fuera de lo común.


 El título de este ensayo es un calco de “Las bizarrías de Belisa”, drama de Lope de Vega, referencia que no aporta nada pero que no quería dejar sin mención. 

¹Por supuesto, hay casos en los que el calco puede generar algún roce, sobre todo cuando se trata de falsos clonados que, a pesar de su parecido, significan cosas diferentes. Tal es el caso de “resumir”, el cual, si se adopta en su acepción de “reanudar”, chocaría irremediablemente con la más común de “abreviar”. Pero bueno, en mi época “trolear” aún significaba caminar, hecho incomprensible para mis estudiantes, por ejemplo.

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