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Olivia Laing, tenemos que hablar

Olivia Laing, tenemos que hablar

Hay varias revistas de cine, crítica en diarios, páginas web y blogs a los que les sigo el rastro. El sector anglosajón de estos medios tienen una singularidad respecto al resto (hispanoamericano, francés, para mencionar dos). No quiero extenderme, va ejemplo: cuando en 2023 se estrenó La Quimera, de Alice Rohrwacher, un largometraje que, en términos generales y en la línea de sus filmes anteriores, fue aplaudido por la crítica, buena parte del sector anglosajón lo celebró también pero siempre señalando la falla moral o ética o social del protagonista y el grupo con el que se asociaba. Creo que ni una de las reviews que leí se abstuvo de aclarar que está-muy-mal-dedicarse-a-la-profanación-de-tumbas-antiguas. Como si al no dejarlo por escrito quien firmaba corriera el riesgo de caer en la ambigüedad y se interpretara como aprobación del delito. El común denominador era algo tipo "muy buena película, pero hay que decir que el protagonista y su pandilla actuaban fuera de la ley.”

Hace unos días terminé de leer El viaje a Echo Spring (el original en inglés es de 2013), de Olivia Laing, escritore de Gran Bretaña de reconocida trayectoria (fuentes fiables recomiendan uno publicado en 2016: The Lonely City: Adventures in the Art of Being Alone). El viaje a Echo Spring tiene subtítulo: ¿por qué beben los escritores? Es un ensayo/crónica centrado en la vida de Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Tennessee Williams, John Berryman, John Cheever y Raymond Carver, escritores enormes y alcohólicos por partes iguales. Laing tiene motivos personales que le llevan al viaje, la investigación seria y minuciosa y la escritura de esta obra. Es incuestionable su calidad literaria, la profundidad y profesionalismo de la documentación y registro de la vida de los escritores elegidos. 

De entrada, todo iba bien. Ahora, conforme avanzaba en la lectura, esa mezcla de placer y agradecimiento que se siente frente a lo que, por lo menos para uno, es un buen texto fue convirtiéndose primero en reserva, luego en divergencia y finalmente en antagonismo total. 

No se malinterprete, nada de esto es negativo. No leo para estar de acuerdo ni para refugiarme en la coincidencia de criterios. Con un texto así, uno se entrega con gusto a la discusión asincrónica y civilizada que permite la lectura. Bring it on, Olivia. 

Mi primer desencuentro fue con algo que está más allá de Laing, un rasgo cultural anglosajón, hablo de esa especie de acto reflejo idiosincrático de medir todo alrededor del dinero. Una visión de mundo desagradable, si bien no inesperada. Laing dedica tiempo a comentar si El Gran Gatsby lideró lista de ventas, o si Publishers Weekly publicaba tales cifras frente a las de Hemingway, etc. No me imagino esa preocupación en, por decir algo, una escritora o escritor latinoamericano que escribiera el mismo libro. Pero repito, esto no es una crítica directa a Laing, se recibe como gesto cultural desolador pero previsible.

La oposición y antagonismo total con sus argumentos vino más adelante. De forma dosificada, uno va entendiendo que la dipsomanía es central en la experiencia de vida de Laing (familia, parejas, etc). Nadie discutiría que es un tema serio, muchísimas veces devastador y doloroso. Aparte de un sarcasmo adolescente, nadie propondría al dipsómano como modelo edificante. Ahora, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. A partir de un punto, empecé a sentir que Laing repetía para cada autor lo que resumo con palabras mías así: fue un gran escritor PERO una pena que fuera alcohólico. Como si las personas fueran torres de Jenga, sacamos un tuquito sin que se desplome. No, hay que apañarse con esto: zutano fue un gran escritor y TAMBIÉN alcohólico. Es bochornoso tener que señalar lo anterior. Y hay más, para apuntalar argumentos, Laing se apoya en los postulados del DSM (el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría), que es básicamente el manual del tecnócrata de la salud y en no pocos casos el manual de los fachos de la medicina. A esta altura, fue difícil no preguntarse si la cercanía del tema con su historia personal le jugaba en contra. Se instaló la sensación de que buscaba una especie de castigo pasivo agresivo.

Por último, me descolocó —en el sentido de que me cuesta creerlo de alguien con sus atestados— la insistencia de Laing en encontrar "la verdad”o "la causa verdadera” del alcoholismo de los autores ya no en sus obras si no en la correspondencia y conversaciones registradas con familia, amigos, agentes o editores. La “verdad". No sé ni por dónde comenzar el dinamitado de tal misión. Llega prácticamente a denunciar el estado de negación de cada uno a partir de estos registros. Afirmaciones temerarias, si lo decimos con sutileza. Como si ignorara que escribir es, en el menor de los casos, alterar, encubrir, falsear. 

Una muestra a modo de cierre: en una entrevista, Hemingway afirma que empezó a tomar a los 15 años; Laing, páginas después, arranca un párrafo así: “Hemingway, que vivió borracho desde los 15 (...)".

Fotografía de la Ernest Hemingway Collection

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