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George Saunders: «Sacrificamos la verdad literal para alcanzar una verdad absoluta»

George Saunders: «Sacrificamos la verdad literal para alcanzar una verdad absoluta»

Hace más de veinte años que George Saunders practica budismo tibetano. Hace más de veinte años, asimismo, que Saunders escribe relatos con personajes extraños, desorbitados y parlanchines, como los que se incluyen en su libro Diez de diciembre. Y ahora, en su primera novela, de alguna manera el autor estadounidense mezcla ambos mundos. En Lincoln en el Bardo, ganadora del premio Booker 2017 y publicada bajo Seix Barral (en traducción de Javier Calvo), Saunders revisita un episodio triste de la vida de Abraham Lincoln: la muerte de su hijo Willie a los once años. Aunque todo con una vuelta de tuerca, ya que el escritor norteamericano sitúa la acción en el Bardo (la sala budista que existe entre la muerte y la siguiente encarnación), así como también fragmenta la narración en 166 voces que ordena y desordena a lo largo de 108 capítulos. Por momentos Lincoln en el Bardo se lee como una obra de teatro y en otros como una crónica oral con fuentes documentales –algunas reales y algunas inventadas–, en torno a la vida de Lincoln y su contexto histórico.

–¿Cuánto tiempo se demoró en escribir Lincoln en el Bardo?
–Me tomó unos cuatro años de escritura real, creo, pero eso fue precedido por veinte años de pensar sobre este proyecto, tratar de escribirlo como una obra de teatro, etc. Así que no sé realmente cuántos borradores llegué a tener. Tiendo a trabajar como una pavimentadora de asfalto: pongo un poco de grava, la apisono, despedazo partes, retrocedo, vuelvo a aplastar todo, y así una y otra vez. Por eso por ahí tengo miles de páginas, en dos lugares diferentes, en muchas, muchas cajas.

–Actualmente estoy leyendo una antología de Grace Paley en la que usted escribe lo siguiente en el prefacio: «Sus personajes no se comportan como meras personas inventadas, pero tampoco como la gente en el mundo real». Algo similar sucede en Lincoln en el Bardo; sus personajes no hablan como figuras históricas, ni tampoco como fantasmas o personas reales. ¿Cómo calibró aquello?
–Esa es exactamente la pregunta a la hora de escribir: ¿cómo calibrar? Lo cual puede ser un poco como cuando uno está esquiando y te preguntas: «¿Cómo es posible que vaya tan rápido?». Y la respuesta (en broma, pero a la vez honesta) podría ser: «Practica, practica, practica». Por lo menos para mí parte del juego de la literatura es tratar de recordar eso. Cada línea de un libro existe para un propósito mayor; y eso te guía, de alguna manera, hacia el gran efecto que estás buscando. En el caso de este libro, el propósito era más o menos así: mantenerme emocionalmente fiel al episodio original de Linclon y hacerle justicia. A menudo cuando escribo siento que soy al mismo tiempo el optometrista y el paciente: «¿Ves mejor así ... o así?». Se podría decir que un libro es la compilación de miles de respuestas a esa pregunta, la cual incluso se proyecta a partir de la más breve de las frases. Y por cierto, me alegra que te haya gustado ese prefacio. Paley es un verdadero tesoro.

–¿Sintió al escribir Lincoln en el Bardo que debía dejar de lado algunas de sus habilidades como cuentista para así poder ahondar en la escritura novelística?
–Por lo general asumo que si lo que estoy trabajando es interesante, y presenta nuevos desafíos, entonces el nuevo espacio que se está creando en mi cerebro no se perderá; lo usaré en un siguiente proyecto. La vida es corta y mi esperanza es siempre trabajar en algo que sea grande, misterioso y que parezca que en cualquier momento me pateará el culo. Y el libro de Lincoln se ajustó a esta receta desde el primer día que comencé a trabajarlo. Por eso me decía a mí mismo: «Sí, me encanta escribir cuentos y hacer esto me hará un mejor escritor de cuentos. Y no hacerlo me hará sentir que estoy evitando algo que debo cumplir».

–En esta novela juega con conceptos como historia, realidad, verdad y falsedad en Lincoln en el Bardo. La forma en que todos esos elementos se confunden a ratos hace pensar en la así llamada posverdad y las noticias falsas...
–Bueno, la verdad es verdad, ahora y siempre. En el arte se supone que estamos en un juego en el que sacrificamos la verdad literal (y cotidiana) para alcanzar una verdad absoluta. En el caso de esta novela, por ejemplo, yo invento algunas citas históricas para que mi imagen ficticia de un evento sea más real para ti, lector, y así ambos podamos, juntos, adentrarnos con profundidad en el terreno real y metafísico del libro, el cual trata (tal vez) sobre la relación entre el duelo y amor, digamos. Es una forma de pensamiento mutuo en la que el escritor debe respetar plenamente al lector.

–¿Qué cree que está pasando con nociones como verdad, falsedad y lo que sea que esté entre ambas?
–En cuanto a la ficción en la era de las noticias falsas, lo que está en real peligro de perderse en estos días es el matiz: la sensación de que las cosas tienen diferentes significados en diferentes contextos. Cuando un novelista dice: «OK, querido lector, voy a inventar algunas cosas para llevarte a un lugar más profundo y más verdadero», y el lector (al seguir leyendo) acepta este contrato, eso es una cosa. Cuando un líder político dice que el océano en realidad está hecho de queso crema, y continúa insistiendo en esto, y llama a cualquiera que esté en desacuerdo con esta idea un enemigo de la gente, eso es algo completamente diferente. La civilización depende de que las personas puedan diferenciar entre estas dos cosas.

–¿No le parece que actualmente ciertos actores de la esfera política usan «herramientas literarias» para así crear mundos ficticios y conseguir votos?
–Lo que está sucediendo en la esfera política es algo diferente y bastante cínico, y tiene un objetivo completamente opuesto al de la ficción: el político miente y miente de nuevo para engañar a ciertos sectores de la población y así lograr sus objetivos. Esta es una forma de abuso en la que el abusador le falta el respeto a sus víctimas.

–Antes de comenzar esta entrevista me comentó que disfrutó Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez. ¿Qué otros libros lo han acompañado mientras promociona Lincoln en el Bardo?
–Últimamente he estado leyendo algunas novelas cortas: La hora de la estrella, de Clarice Lispector; Tres mujeres, de Robert Musil; Morphine, de Mikhail Bulgakov, y La muerte de Napoleón, de Simon Leys.

–Y ahora que la gira de promoción ya finaliza, ¿ha vuelto a la escritura de relatos?
–Acabo de comenzar a escribir un (solo un) cuento. Salí de gira de promoción sin ningún proyecto en mis manos y eso ha sido difícil. Ahora intento volver a sumergirme en el hábito de escribir todos los días y de no preocuparme por otras cosas. Sé que eso, ese hábito de trabajo, es el primer paso hacia lo que espero sea una nueva obsesión. Ojalá hablemos de ese nuevo proyecto en unos años más.

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