Liliana Colanzi: «La literatura de género tiene potencial para mostrar aquello que permanece oculto incluso para nosotros mismos»
Los cuentos que conforman el libro Nuestro mundo muerto, de Liliana Colanzi, boliviana residente en los Estados Unidos, son un notable compilado de elementos deudores de literatura de género, como el terror y la ciencia ficción, filtrados por una sensibilidad latinoamericana y un diálogo con las complejidades de la Bolivia contemporánea, en donde se entremezclan las tradiciones ancestrales de los pueblos indígenas con los elementos característicos de la modernidad. Narradores insomnes en el corazón de la academia estadounidense, asesinos seriales de la Bolivia rural y hasta una colonia en Marte pueden aparecer en estos cuentos, que se editan por primera vez en nuestro país a través de Encino Ediciones.
Colanzi conversó con el equipo de Samoa sobre su proceso de escritura, las experiencias de realidad distorsionada en su literatura, el diálogo que desde la distancia mantiene con su país de origen y también su faceta de editora en Dum Dum, que nació con la aspiración de poner a circular textos olvidados por el canon, especialmente escritos por mujeres.
La entrevista se realizó en el marco de la Feria Internacional del Libro y el festival Centroamérica Cuenta.
En las últimas décadas en la narrativa latinoamericana se empiezan a presentar cada vez más elementos de ciencia ficción, fantasía y terror. Podríamos pensar en algunos relatos del colombiano Juan Cárdenas, o en Argentina el trabajo de Samanta Schweblin y Mariana Enríquez, pero lo que llama la atención es que estos elementos de género no necesariamente se apegan de manera estricta a las convenciones. ¿A qué se debe este interés de la literatura latinoamericana por la fantasía y la ciencia ficción, crees que tu literatura forma parte de esa tendencia?
A diferencia de otras tradiciones en las que el realismo ocupa un lugar predominante, en América Latina, lo curioso, lo interesante y lo fascinante, es que el fantástico y los desvíos del realismo, como es también el realismo mágico, ocupan un lugar central en nuestra tradición, en nuestro canon. Un autor como Borges, que ha construido toda su obra en el fantástico, es central para la forma en que entendemos la literatura. O Bioy Casares, Cortázar, Silvina Ocampo, etc. Toda esta tradición rioplatense del fantástico. Si pensamos en la tradición anglosajona, a pesar de que tienen muchos autores sólidos de género, ha ocupado un lugar más marginal. De hecho, es de manera más o menos reciente que autores de ciencia ficción como Philip K. Dick han entrado a colecciones canónicas como The Library of Congress, algo que ha ocurrido de manera relativamente tardía, mientras que en el caso de Latinoamérica todos estos otros autores que he mencionado son parte fundamental de nuestra literatura.
Me interesa, más que todo, este fantástico del Río de la Plata, que trata de encontrar la extrañeza dentro de lo cotidiano y en la que el suceso sobrenatural ocurre como parte de esta especie de extrañamiento con respecto a la vida cotidiana. Mis cuentos exploran esa vena, también mezclados con muchos elementos de una literatura, un imaginario más clase B, que a mí también me llama. Me gusta reciclar estos materiales, las convenciones de lo que sería la literatura o el cine de clase B, y hacer algo con eso, con lo que se consideran elementos de «mal gusto», como el gore, que también pertenecen a la sensibilidad de lo popular.
Todos esos géneros que mencionamos históricamente se han considerado géneros menores: el policial, el fantástico, el terror… ¿Se trata entonces de trabajar con ellos y convertirlos en algo distinto?
Como has mencionado, estos géneros se han considerado vías de escape y entretenimiento. Si bien, la ciencia ficción es también entretenimiento, es una manera de explorar nuestra relación con fuerzas irracionales o que nos superan, que es algo que a mí me interesa mucho, nuestra relación con el cosmos. Por eso también tengo cuentos situados en Marte, me gusta mucho pensar en una escala que se aleje de la escala más inmediata, de lo que concebimos en un tiempo humano. Por ejemplo, pensar: ¿cuál es el tiempo de las estrellas?, ¿cuál es el tiempo de los planetas? Y tratar de insertarnos ahí para darnos cuenta de nuestra pequeñez y del inmenso misterio que nos rodea, que tiene que ver con todo aquello que no entendemos o no conocemos.
Me interesa este potencial de los géneros para mostrarte aquello que permanece oculto incluso para nosotros mismos o que permanece en la esfera del tabú, que es lo que devela el gore, que más allá de las vísceras o de la sangre, te da una entrada a aquello monstruoso que está reprimido: miedos inconscientes, tabués, fobias, que me interesa explorar de una u otra manera.
En Nuestro mundo muerto el acercamiento a lo indígena es bastante notable, se aleja de una visión meramente etnológica o de un tono condescendiente o lastimero, más bien encontrás un gran poder narrativo en las tradiciones o lo que algunos llamarían «supersticiones» de los pueblos indígenas de Bolivia. Además de que estos pueblos no son piezas de museo, viven en contacto con el mundo contemporáneo y eso genera una tensión muy interesante. El mundo indígena ¿es algo siempre presente en tu escritura o fue una búsqueda que se desarrolló con el tiempo?
Mi primer libro de cuentos tenía una impronta mucho más urbana y me di cuenta de que quería explorar un poco más las tensiones de nuestra relación con el campo, con lo rural, con lo indígena, con lo campesino, porque como bien dices está muy imbricado en la manera en que somos criados, escuchando estas historias, estos mitos y leyendas, que se nos hace creer que son supersticiones sin ningún valor para conocer el mundo, sin ningún valor filosófico, y sin embargo también condicionan mucho nuestra sensibilidad. Hay cierto momento en el que nos alejamos racionalmente de esas historias y decimos «esto es una simple superstición, no tiene ningún valor». A mí lo que me interesaba era tomarme en serio esas narrativas y ver qué es lo que está cifrado simbólicamente ahí, qué es lo que dice de nosotros y nuestra relación con el mundo indígena, que sigue siendo una relación muy problemática, aunque hay mucho ahí por descubrir literariamente.
Una de las cosas que me parece más interesante de Bolivia es que se superponen muchas culturas indígenas, hay más de 30 pueblos indígenas, que tienen sus propias temporalidades, su propia modernidad, por así decirlo. Puede estar conviviendo en el mismo espacio el arado con un tractor de último modelo, o un tipo de pensamiento no tan occidental con una parte de la población que está soñando con Miami, todos habitando un mismo espacio y tiempo. Están cohabitando creencias cristianas, católicas, con religiones que vienen de mucho antes de la llegada de Colón.
Hay un relato específico en tu libro llamado «La ola» , del que has mencionado que uno de los disparadores fue la falta de sueño. En casi todos los cuentos de tu libro encontramos personajes con una percepción de la realidad distorsionada, eso da lugar a que aparezca el horror, la paranoia, la extrañeza, etc. ¿De dónde viene esa fascinación? ¿Cómo escribir sobre eso sin caer en el sensacionalismo y el malditismo?
La verdad no fue algo que yo buscara, la época en que migré a los Estados Unidos a estudiar coincidió con un episodio salvaje de insomnio que tenía que ver con el estrés de la exigencia académica, rodeada de un paisaje muy invernal y que inducía mucho a un estado de ánimo alterado. Un poco como Jack Nicholson en The Shining, seis meses de blancura, de nieve, una ciudad sumamente silenciosa en la que durante el invierno no se escucha nada, es como si la nieve se tragara todo tipo de sonido. Sumado a lo anterior, la intensidad de la vida académica me fue empujando al insomnio y a una especie de locura, donde mi manera de procesarla fue a través de la escritura. De una manera u otra todos los cuentos tienen que ver con este estado exaltado de la consciencia, un estado un poco al límite, que en algunos se manifiesta a través del impulso místico, de un brote psicótico, de la fascinación religiosa o la paranoia… A mí me causa mucha gracia porque justamente cuando empecé el doctorado tenía un amigo que me decía que probablemente yo iba a salir de esta experiencia hecha una escritora más analítica y racional, cuando para mí fue todo lo contrario, fue mi conexión subterránea con la locura.
¿Podemos decir que fue beneficioso al final, el no poder dormir?
No lo veía en esos términos, pero sí algo que me motivaba a salir o me animaba a continuar, pues es un estado absolutamente desesperante, era pensar que en algún momento podré hacer algo con esto. Salir del insomnio crónico fue un proceso de mucho tiempo y lo procesé a través de los cuentos.
El lugar en el que estabas es muy particular (Universidad de Cornell), pues se siente aislado, queda en Ithaca, Nueva York, pero lejísimos de la ciudad, es básicamente un pueblo universitario…
La mayor parte de la gente está relacionada de una u otra forma con la universidad, además es un lugar rodeado de bosques muy lindos, acantilados muy majestuosos y profundos. De hecho cuando yo llegué acababa de suceder una oleada de suicidios en la universidad. Se habían arrojado seis estudiantes por los puentes, y existía una leyenda negra con la universidad por este tema, entonces llegué a una atmósfera fantasmal, un ambiente de pueblo condenado. Era muy difícil abstraerse de esta sensación a pesar de que la universidad hacía muchas cosas, como traer artistas, Djs, entretenimiento para que a los estudiantes les sirviera para salir de ese humor.
Algo curioso también es que la universidad está construida encima de un acelerador de partículas, uno de los pocos que existen en el mundo. Una cosa que me fascinaba era la posibilidad de que si algo saliera mal con el acelerador, podríamos crear un agujero negro desde Ithaca.
Este cuento del que hablábamos, «La ola», tiene una estructura narrativa muy interesante. Podría decirse que es como una matrioska de historias, lo que parecen digresiones terminan convirtiéndose en hilos narrativos preponderantes Cuando se te ocurre la idea de una narración, ¿pensás de antemano en una estructura de este tipo o es algo que surge durante el proceso de escritura?
Mi proceso es muy intuitivo, por eso también estoy consciente de que para algunas personas los finales pueden resultar demasiado azarosos o abruptos, porque no estructuro un cuento a partir de la idea del final o de lo que va a pasar, sino que me vienen imágenes, de las que no puedo desentrañar mucho a menos que me siente a escribirlas, y cuando me siento a escribirlas se convierten inmediatamente en otra cosa, es un poco como la dinámica del sueño, que todo el tiempo va mutando en algo diferente. Honestamente puedo decir que desde hace muchos años no me ha salido un cuento que se haya escrito con el mismo tema y la misma estructura que yo planeaba. El cuento siempre me lleva por vías diferentes de lo que había imaginado al principio. En ese sentido para mí es un aprendizaje, para saber qué es lo que me quiere decir esto que estoy escribiendo, o yo misma qué es lo que tengo dentro de la cabeza, porque no lo sé y no lo puedo planear. Sé que hay muchos escritores que no se sientan a escribir a menos que tengan la línea final o cierta idea del personaje mínimamente desarrollada, que es algo que yo no tengo.
César Aira ha dicho célebremente que sus finales son muy abruptos porque se aburre de la trama, y nunca sabe cómo van a terminar sus novelas, entonces cuando se aburre las termina y ya. Esto es algo que funciona cuando a un escritor no le interesa tanto la trama y su búsqueda va por otro lado.
No puedo decir que no me interesa la trama, de hecho creo que en mis cuentos siempre están pasando muchas cosas, pero no diría que es el principal condicionante de mi cuento, estoy abierta a manipular esa trama, atravesarla, reconducirla, deformarla de muchas maneras. Tampoco puedo separar la trama de la forma, para mí son dos cosas que están totalmente imbricadas, y no es solamente una idea de la acción lo que necesito para escribir, sino también una voz, un tono, un cierto registro, que también es algo que me cuesta mucho planear. De pronto estoy escribiendo un cuento y se me mete una voz a ese cuento y siento la necesidad de estallarla, que de pronto haya una voz que está contando este cuento en otro tiempo o que sea la voz de otro personaje que se inmiscuye, pero es algo que verdaderamente va apareciendo en el texto.
En los cuentos de Nuestro mundo muerto hay una relación muy fuerte con Bolivia, como hemos venido hablando, pero aparecen escenarios de otros países, como el caso de Ithaca, Nueva York. ¿Qué relación puede tener esto con las carreras de los escritores y escritoras latinoamericanas que por exigencias académicas, becas o trabajos, se mueven en ámbitos más allá de sus países de origen?
Esa migración tiene mucho que ver con la precariedad de las estructuras culturales en nuestros países. En mi ciudad (Santa Cruz) no hay una carrera de literatura, prácticamente no hay librerías, hay muy poco apoyo estatal a la cultura en general, de manera que muchos artistas bolivianos han tenido que buscárselas en otros países, y es por eso que también caí en los Estados Unidos, buscando un trabajo que me permitiera leer y escribir, que es lo que me gusta.
En el territorio de la imaginación habito bastante Bolivia, escribo mucho sobre mi vida en Bolivia, porque es el territorio de mis afectos y mi memoria. Pero creo que más que la presencia absoluta de un lugar, a veces es más una cuestión de asociar un lugar con una sensibilidad. Si yo pienso en mi cuento marciano («Nuestro mundo muerto», ambientado en una colonia en Marte), es un texto sobre mi experiencia como migrante en Ithaca, la experiencia del aislamiento, de la incomunicación y de la soledad del paisaje. Para mí fue extrapolar mi vida en Ithaca, pero de manera mil veces más radical: vivo en un pueblo aislado, con una barrera idiomática, que si bien hablo inglés siempre hay un grado de extrañamiento o de lentitud que entorpece el diálogo, y para mí entonces imaginar la vida en Marte era procesar mi vida de migrante.
¿Creés que sigue siendo relevante pensar en literaturas nacionales?
Ya no sé lo que es eso. Borges reclamaba la idea de que un escritor tiene a la literatura universal para dialogar con ella, lo que no significa que uno no pueda elegir el lugar o la región con la que uno quiera dialogar, que en mi caso con toda certeza es Latinoamérica, tanto en mis intereses de lectura como en los lugares en que sitúo muchos de mis cuentos.
¿Qué pasa con el lenguaje cuando la distancia geográfica se empieza a extender en el tiempo? En este caso el lenguaje cotidiano de Bolivia. Tal vez se da un proceso de extrañamiento o de reconstrucción del lenguaje del país de origen, desde la lejanía.
Yo vuelvo mucho a Bolivia, me siento todavía muy en diálogo con el país. Más bien lo que me sucede es que por mi contacto con el inglés, hay momentos en los que empiezo a dudar de la existencia de una palabra en uno u otro idioma. La última palabra de la que tuve dudas, justamente porque a veces siento que estoy traduciendo del inglés o viceversa, fue con la palabra vilificar, que al decirla inmediatamente tuve la duda: ¿estoy traduciendo del inglés to vilify y creo que no existe en español y me la estoy inventado? Entonces ese proceso de extrañamiento del lenguaje es lo que te da tu contacto con otra lengua, que lo encuentro un proceso muy rico, hay mucha poesía en esas traducciones fallidas.
Me imagino que producto de estos viajes a Bolivia es que surge tu editorial Dum Dum, que tiene tres años. ¿Cómo es la elección de textos y cómo se va formando el catálogo?
Dum Dum nació un poco por casualidad y también con la idea de intervenir en el panorama de la cultura en Bolivia, proponiendo títulos, proponiendo lecturas, proponiendo algunas vías que me parecían interesantes, uno de ellos eran los géneros. Me interesa publicar ciencia ficción, fantástico. También me interesa recuperar autores que han sido olvidados, un poco dejados de lado. De hecho el libro con el que inició Dum Dum Editora fue una novela de Sara Gallardo de 1971, Eisejuaz, que muy recientemente había sido recuperada en Argentina por la crítica y los lectores después de varias décadas de olvido. Yo llegué a esta novela a través de un amigo, Federico Falco, que me la recomendó y me deslumbré. Ya venía hacía cierto tiempo con la idea de crear mi propia editorial y dije «bueno, tiene que ser con esta novela», lo cual fue un poco zafado, la verdad. Yo contacté a los herederos de Sara Gallardo, sin tener un solo libro publicado, para que este libro, que es una absoluta maravilla, fuera el primero de la editorial y tuve una suerte increíble pues confiaron en mí.
Este año estoy publicando a una autora boliviana, María Virginia Estenssoro, que publicó un solo libro en 1937, El occiso, un libro rarísimo que no ha tenido otra publicación en 50 años. Un libro clave para entender la vanguardia en Bolivia, una experiencia de lenguaje extrañísima, además de ser un libro muy escandaloso y revolucionario en su época, agotó muy rápido la única edición en vida de la autora, porque hablaba por ejemplo de la experiencia del aborto, el aborto voluntario, de una mujer que decide sacarse al hijo. El cuento que le da título al libro es un recuento un poco erótico de lo que pasa en el cuerpo de un muerto que está siendo devorado por los gusanos. Hay allí un tono sensual que puede resultar chocante y escandaloso.
El apellido Estenssoro es de mucho linaje en Bolivia, hemos tenido un presidente con este apellido, es de la alta alcurnia capitalina. En ese sentido ella era doblemente rebelde, pues le tira una patada a las convenciones sociales de este círculo que puede ser muy castrador. Cuando tuvo 28 años se casó con un hombre que se rumoraba era un aristócrata europeo, y se va a viajar por el mundo durante varios años. Está en África, en Europa del este y de allí vuelve a Bolivia en contacto con algunas cosas que se estaban haciendo en Europa, y tira este libro como una bomba. También tenía esta figura glamurosa, fumaba en una época en la que para las mujeres se veía muy mal, y consigue escandalizar a todo el mundo. Pero a la vez esto debió ser muy fuerte para ella pues a pesar de que escribe hasta el fin de su vida, no publica más, el resto de su obra aparece de manera póstuma. A mí me pareció fascinante recuperar un texto así, en este momento en el que se está debatiendo el aborto y el derecho de la mujer a tener autonomía sobre su propio cuerpo.
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Fotografía de Lourdes Plata.