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Rodrigo Fuentes: «En mis cuentos me interesaba romper con la dicotomía entre lo urbano y lo rural»

Rodrigo Fuentes: «En mis cuentos me interesaba romper con la dicotomía entre lo urbano y lo rural»

En Trucha panza arriba, del escritor Rodrigo Fuentes (Ciudad de Guatemala, 1984), le seguimos el rastro a Henrik, un entrañable personaje de origen nórdico que atraviesa prácticamente el conjunto de relatos que componen el libro. En este camino que transita en partes iguales por la ciudad y por el campo, asistimos al desmoronamiento de Henrik y de los seres con los que se rodea, que es lo mismo que el desmoronamiento de un país entero.

Fuentes visitó Costa Rica en el marco de la Feria Internacional del Libro y el festival Centroamérica Cuenta. Conversamos con él sobre Trucha panza arriba, los procedimientos a la hora de plasmar una idea en un libro, sobre la edición, la traducción y los proyectos por venir.

En alguna parte del libro te refieres a las «aguas negras como el llanto oscuro de la ciudad». ¿Trataste con este libro de abordar la degradación de Guatemala en sus distintos niveles? Abordas temas como la corrupción, las huelgas, el destierro, los asesinatos y las condiciones laborales en el campo.

No te diría que ese era el objetivo en sí del proyecto o la idea general, creo que cuando escribí los cuentos el criterio principal eran las exigencias narrativas, las exigencias de construir personajes con los que yo estuviera comprometido y que además me parecieran horribles o bellos, pero atractivos de alguna manera. Sí veo, en retrospectiva, a la hora de pensar el libro como un conjunto, que inevitablemente al trabajar territorios centroamericanos, principalmente el Triángulo Norte (El Salvador, Honduras y Guatemala), aparecerán temas como el clasismo, el racismo, las disputas de poder, los sectores criminales emergentes y las luchas que estos establecen con los sectores de la élite tradicional. De hecho, don Henrik, el personaje central de la colección, es justamente un empresario que tenía fincas y desarrollos agrícolas, pero que se encuentra venido a menos. Creo que lo anterior es sintomático de cierto empresariado agrícola guatemalteco y, aunque esto ya sea posterior a la escritura del libro, con la crisis del café y con la emergencia de otros sectores productivos, muchos de estos empresarios que tenían cierto estatus y posibilidades tremendas se vinieron abajo, por lo que me interesaba, a nivel de personaje, ver ese derrumbe, ver cómo a partir de ahí se volvían a articular las relaciones filiales, afectivas y de poder.

Da la impresión de que los diferentes personajes del libro tratan siempre de hacer el bien: ser buenos padres, buenos trabajadores, de estar sobrios, pero no parecen lograrlo. ¿Qué se los impide?

No diría que en toda literatura, pero al menos en cierto nivel, sobre todo en un cuento, tiene que haber algún tipo de conflicto que sea el trampolín o el nudo alrededor del cual gira el texto. Mencionábamos el caso de Henrik, pero creo que como bien decías, hay otros personajes como Mati, con el que me interesaba ver qué pasaba con esta persona a la que se le derrumbó el mundo y que está empezando a rearmar su vida, ver qué sucede cuando esos pequeños momentos de redención se van al carajo. Te diría que casi se trataba de una especie de pretexto para ver hacia dónde van estos seres con los que de alguna forma me encariñé.

En la novela hay un trabajo con el lenguaje en el sentido de que existe un esfuerzo por retratar el habla de cada región o personaje. ¿Cuán fiel crees que fuiste en este sentido y cuán importante era para vos este detalle? Tomemos en cuenta que trabajás como profesor de literatura y que puede existir un lenguaje académico que tenés incorporado.

Diría que el lenguaje por naturaleza está contaminado y corrupto… Yo crecí fuera de Guatemala y regresé en algún momento, por lo que creo que el deseo de conocer, o de alguna forma reconocer el país de donde venía, implicaba de alguna forma reconocer las formas del habla, sobre todo en un país con poblaciones y espacios geográficos tan diversos, donde vas a un lugar y te encuentras con gente que tienen una forma de hablar, cierta manera de expresarse, ciertos silencios, ciertos gestos totalmente distintos. Creo que algo que busco siempre a la hora de escribir es encontrar cierta cadencia, cierto ritmo con el lenguaje, sobre todo con personajes y narradores en primera persona, te da el espacio para conectar con esa cadencia y ese clima. A pesar de eso, soy consciente de que un texto literario nunca es un reflejo de la gente, yo no buscaba que ciertos personajes, bajo ciertas condiciones, reflejaran fidedignamente lo que esa persona podría ser en la realidad. Creo que la literatura puede ser un poco como el poema de John Ashberry «Self-Portrait in a Convex Mirror», en el sentido de que por supuesto hay un referente real, pero esa relación se distorsiona, se cambia y se trabaja a través de la escritura de los cuentos. Entonces no era mi fin reflejar la realidad, pero sí de alguna forma, entre otros intereses, hacerlo verosímil, y eso pasaba por tener cierto rigor a la hora de presentar ese lenguaje.

Henrik, el desdichado personaje que prácticamente atraviesa el libro, es de ascendencia extranjera. ¿Necesitabas un narrador que otorgara una cierta distancia con «lo nacional» para lograr escribir este libro? ¿Cuál fue el disparador para elegir un narrador de estas características?

Había un tema que me interesaba a la hora de escribir los cuentos y era la de romper un poco con esa dicotomía en lo urbano y lo rural, romper con ese paternalismo de la novela costumbrista o decimonónica, retratar a la gente y sus costumbres, era algo en lo que no quería caer. Henrik de alguna forma rompe con esta dicotomía entre la ciudad y el campo, me permitía transitar de un espacio a otro. Es un personaje de ascendencia extranjera que se está derrumbando y que se mueve muy bien en ambos ámbitos.

Es un tipo que se aferra a sus trolls, estas pequeñas figuras a las que les tiene fe y que mantiene sobre un altar…

Sí, en un momento en el que se le están derrumbando todas las certezas de la vida, se aferra a los referentes familiares, que es lo que todos hacemos en momentos de naufragio. Por un lado me parecía que podía dar para ciertos detalles interesantes, alguien que era un bicho raro, porque es un empresario que interactúa con empleados, con colegas, con hijastros, de una forma no tradicional comparado con la forma en que otros empresarios guatemaltecos lidian con las personas. Henrik lidia con estas personas quizás de una forma más horizontal, y creo que al ser extranjero y con este bagaje nórdico, permitía un poco de eso.

¿Qué mecanismos hay detrás de la elección narrativa de incorporar animales a los cuentos y que además sean tan importantes en la historia que intenta contar el libro? Pienso, por ejemplo, en Perla y en las truchas en sí.

Esto lo dijo alguien más, y quizás es un poco la salida fácil, pero con algunos de estos personajes hay una especie de animalización de los humanos y una humanización de los animales, en el sentido de que hay ciertos códigos entre humanos y cierto contrato social que se va desmoronando en algunos de los cuentos, se va rompiendo eso que a veces se considera más humano. Por otro lado, como bien decías, tenés a estos animales como Perla o Güisqui, que de alguna forma tienen una personalidad y son empáticos, características que generalmente asociamos con los humanos, entonces me gustaba ese tránsito de ida y de vuelta. En el caso del título del libro,Trucha panza arriba, se refiere a esta pequeña escena donde están todas estas truchas girando, nadando alrededor de la pila, momento en el que se detecta la vulnerabilidad de una de estas truchas y todas se le lanzan, se la hartan y luego continúan nadando. Me gustaría pensar que no es el único tema, pero siento que hay ahí una conexión con esta especie tal vez no de salvajismo pero sí de crueldad apática, de decir «bueno, así es la vida, estás vulnerable, estás débil, te comemos, pasamos de largo y pasamos a lo siguiente». Creo que esa imagen habla un poco de esas dinámicas recurrentes a lo largo de los cuentos.

El libro ha sido traducido a varios idiomas, como el inglés y el francés. ¿Tuviste algún problema con la traducción? ¿Cómo fue la comunicación con los traductores?

Fíjate que la primera edición fue en francés, una versión un poco distinta del libro. Yo no hablo francés, entonces ahí se trata de confiar totalmente y esperar lo mejor, aunque obviamente súper feliz de que el libro se esté traduciendo. Yo he traducido del inglés al español y del español al inglés, y respeto muchísimo el trabajo creativo y de rigor que implica una traducción, y a pesar de que hablo inglés aunque no soy un hablante nativo, sí colaboro con la traductora, pero siempre con la consciencia de que la persona que está traduciendo conoce el idioma de llegada del texto y es la persona experta en eso, por lo que doy el espacio y la confianza que se merece. En la traducción del inglés nos mandábamos versiones y yo las comentaba, pero fue muy lindo porque las preguntas que surgen como producto de este intercambio llegan a iluminar partes del texto e interpretaciones de él de las que no estaba tan al tanto. Creo entonces que la traducción es una forma de segunda lectura.

Has participado en proyectos de edición en revistas de arte, así como editor de la revista digital de literatura Traviesa. ¿Nos podés contar un poco sobre los procedimientos como editor y como escritor?

Con Traviesa había un trabajo de edición, pero en realidad hay que decir que la mayoría de los participantes eran escritores jóvenes o mayores que contaban ya con un oficio bien trabajado, con trayectorias y con libros publicados, gente que sabía lo que estaba haciendo, de manera que yo no iba a corregir a Martín Caparrós en su entrevista (risas). Había mucha confianza, mucha naturalidad, recibíamos el texto y corregíamos alguna errata, coeditaba con Rodrigo Hasbún y si surgía alguna cosita por corregir lo sugeríamos, pero siempre con mucho respeto por el trabajo de los colegas y amigos.

Ahora he cambiado un poco, pero en el tiempo en el que escribí Trucha panza arriba iba editando sobre la marcha, cada vez que dejaba un cuento en cierto lugar a la hora de volver a él lo leía y lo reeditaba; era un poco la forma de entrar en sintonía con el ritmo, la velocidad de la prosa y la voz narrativa del cuento en particular. Casi que lo usaba como un peldaño para regresar con la fuerza y la cadencia que yo pensaba que exigía un determinado cuento.

¿Estás trabajando en este momento en algún proyecto en particular?

Estoy trabajando en un texto largo, una novela, es algo así como una novela de no ficción. El punto de partida es una situación personal, porque usa muchos recursos narrativos de la novela, pero al mismo tiempo me atengo a hechos reales. El libro gira en torno al asesinato de mi abuelo, que sucedió en 1979 en Guatemala, era un político de izquierdas del Partido Socialdemócrata, que fue el motivo por el que mi familia tuvo que salir del país. Creo que en unos cuantos meses ya estará terminado.

¿Querés recomendarnos alguna buena lectura reciente?

He estado leyendo distintas cosas, pero últimamente estuve pensando en un libro que no es de literatura que leí hace más o menos un año, se llama Blind Injustice, de Mike Godsey. Él es un exfiscal que trabajó en Nueva York y que se metió después a la academia, posteriormente empezó a trabajar con el Innocence Project, que es una organización que trabaja con presos que han sido acusados y metidos al bote injustamente, son abogados que trabajan para sacarlos de ahí. Es fascinante su explicación analítica y tan bien escrita sobre el sistema judicial gringo, con sus fiscales y jueces perversos. Son un poco las cosas que conocemos o que intuimos, pero que hasta que no llega alguien y te lo explica por dentro te cambia tu visión.

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Fotografía de esQuisses.

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