Tiempo de amazonas
Soy analfabeta. ¡Cómo podría publicar este texto!
¡Qué editorial lo recibiría! Creo que sería imposible,
a menos que suceda un milagro. Creo en los milagros.
Silvina Ocampo.
Escribo esto con un poco de prisa
Saber que escribo esto entre los meses de septiembre y noviembre de 2018 es importante. Lo es porque los dedos que teclean lo hacen desde una rabia y un entusiasmo imposibles de comprender sin el desgarro de lo temporal. Hay rabia, porque lo que me trae hasta aquí es un catálogo de ausencias. Un ajuste de cuentas con eso que a la novelista estadounidense Joanna Russ llamaba elegantemente «represión» de la escritura hecha por mujeres, pero que hasta hoy se me ha antojado más como un pisoteo. Como una burla. Como un asesinato a todo cuanto las escritoras tuvieron que contar. Dicho esto, también hay entusiasmo: porque si bien muchas de las mujeres —su escritura, entiéndase, pero también su vida— a las que he dedicado mis lecturas en los últimos años han sido machacadas por varios y muy diferentes motivos, es igualmente cierto que la niebla que las ocultaba al fin parece estar —poco a poco, poco a poco, poco a poco…— desvaneciéndose. No se trata de una revancha, sino más bien de una aproximación a esa justicia que merecen. No se trata tampoco de algo casual: es el trabajo de editoras, periodistas y lectoras que en la última década se han esforzado en releer con una mirada feminista nuestros cánones, provocando así la recuperación de voces, en un empeño transnacional y transversal. Escribir estas palabras entre septiembre y noviembre forma parte de ese retrato urgente. De esa tensión ilusionada a la que me invitan algunos de los hechos recientes que, aunque a priori parezcan inconexos, son como la más hermosa de las alineaciones planetarias.
Los hombres seguían hablando entre ellos
Me refiero, en primer lugar, a la manifestación del 23 de septiembre de 2018 en la primera Feria Internacional del Libro en Barranquilla, Colombia, cuando un grupo pacífico de estudiantes feministas autodenominadas «amazonas» irrumpieron en el homenaje a Marvel Moreno, de cuyo nacimiento se cumplían precisamente 79 años. Moreno, narradora colombiana muerta prematuramente en la ciudad de París, era el reclamo por el que buena parte del público había asistido a aquella charla. En el escenario, uno de los ponentes resultó ser su exesposo, y el otro un periodista que, a juzgar por los comentarios recogidos posteriormente por la prensa, no tuvo ningún atino en sus opiniones sobre la escritora. Lo contaba así la narradora Gloria Susana Esquivel en sus redes sociales un día después de la manifestación: «Los hombres seguían hablando entre ellos, indiferentes a lo que pasaba, relamiéndose en frases como “ella era muy hermosa, reina del carnaval y a pesar de eso leía” o “yo [su esposo] siempre le corregí todo lo que escribió”. Es una vergüenza que el discurso que se haya armado sobre Marvel Moreno haya quedado en manos de ese señor que se ha dedicado a crear un personaje frívolo y que siempre le ha dado la espalda a una obra con preguntas que atraviesan el feminismo, el clasismo de la sociedad colombiana y el psicoanálisis». De acuerdo con la autora de Animales del fin del mundo, mientras ellos hablaban, «lo que pasaba» era que un grupo de mujeres, en silencio, se posicionaron frente al escenario con unas camisetas que llevaban el mensaje escrito de «El tiempo de las amazonas». Este grito mudo, este eslogan, hacía referencia a la única novela inédita de Marvel Moreno, quien murió cuando todavía estaba terminando de escribirla. A juicio de su exesposo, la novela póstuma de Moreno sería un texto «menor» y carecería de interés, mientras que para otros expertos ese último texto es la prueba de que la colombiana estaba trabajando en una obra más polémica todavía que sus cuentos recopilados por Alfaguara en 2018 o que su novela En diciembre llegaban las brisas. La novela, según información ofrecida por la editorial, se ha convertido desde 2014 en un longseller que indiscutiblemente ha pasado a ormar parte del canon colombiano. Pero entonces, si la figura de Marvel Moreno era cada vez más leída, estudiada y reclamada por las nuevas generaciones de lectoras en Colombia, ¿por qué sus herederos se negaban a publicar El tiempo de las amazonas? ¿Por qué no se procuraba la difusión de una obra que podría poner a Moreno otra vez en el centro y tal vez en las librerías del resto de América? Menos mal que llegaron las amazonas. Menos mal que inesperadamente saltaron de la ficción a la realidad y dieron a un evento literario que de otro modo no hubiera trascendido la entidad de debate nacional. Menos mal que ese día, en Barranquilla, el nombre de Marvel Moreno estaría después de mucho tiempo en la primera línea de batalla. Porque fue entonces cuando muchos lectores extranjeros, ajenos a la historia de Moreno, pudimos preguntarnos por los espejos de su figura. Es decir, por todas las mujeres de la literatura latinoamericana que estarían en ese momento encerradas en un cajón, esperando a que alguien con menos egoísmo y más inquietudes que sus albaceas las recuperara, las mencionara en los libros de texto, las recitara en los festivales y en las aulas, y les concediera el espacio que antes se les había negado.
Cómo acabar con la escritura de las mujeres (hispanas)
Nos encontramos a finales de 2018, decía, y mientras procuro retratar con ansia la reivindicación de Marvel Moreno, también veo cómo en sucesivas semanas, escenarios y pantallas, otro montón de grietas desconocidas comienzan a abrirse y a proyectar luz. Tras el septiembre de las amazonas, de hecho, llega el octubre de las Escritoras: en las redes sociales el hashtag #leoautorasoct se convierte en tendencia por tercer año consecutivo. Un poco más tarde, el día 15 y en territorio español, se celebra el III Día de las Escritoras, una propuesta cada vez más internacional gracias al impulso de colectivos como Clásicas y Modernas. Durante esa misma jornada, las editoriales Barrett y DosBigotes lanzan por primera vez en nuestro idioma la publicación de Cómo acabar la escritura de las mujeres, de Joanna Russ, ese manual sobre la «represión» de la literatura hecha por mujeres que tardó en desembarcar en nuestras librerías más de cuarenta años desde su publicación original. El ensayo de Russ, quizá desactualizado hoy en algunos aspectos —tal vez por la obviedad de algunos de los casos recogidos, que hoy tenemos algo más más interiorizados: Dickinson, Plath, las Brontë— supone una descorazonadora puesta en escena de cómo la crítica literaria y la academia han ignorado, subestimado, prohibido y mancillado la voz de las mujeres. Russ se centra principalmente en el panorama anglosajón y en el prólogo de la reedición de 2018 Jessa Crispin da cuenta de cómo a pesar de la especificidad temporal y espacial del texto, muchas de las estrategias descritas siguen utilizándose hoy. Tanto es así que algunos críticos en nuestro país han asumido el debate que abre Cómo acabar con la escritura de las mujeres como un gesto quejica y autocomplaciente, asociado a la «era del #MeToo», un hashtag que en octubre de 2018 también cumple un año desde su definitiva viralización. Referirnos a estos cuestionamientos desde España como algo autocomplaciente o quejica tiene aún menos sentido si nos paramos a pensar en el modo en que el canon literario hispano ha obviado a sus autoras. Sería hipócrita deslegitimar la necesidad de estudios como el de Russ sin atender antes a lo que históricamente ha ocurrido con nuestra lengua. Porque sin tales reivindicaciones, para quién quedaría estos días la relectura de Marvel Moreno. Cómo podríamos revisar la producción literaria de las mujeres de la Generación del 27, ahora un poco más tangibles gracias a las recientes ediciones de Renacimiento o de La Bella Varsovia. En qué espacios debatiríamos sobre la necesidad de exigir la dignidad de las vidas y obras de grandes escritoras latinoamericanas, como la eternamente infantilizada Gabriela Mistral, la eternamente tergiversada Alejandra Pizarnik, la eternamente manipulada Rosario Ferré o incluso la eternamente demonizada Elena Garro, cuyos poemas al fin podemos leer en España gracias al trabajo de La Moderna Editora junto a Patricia Rosas Lopátegui. Por cierto, que en el prólogo de Cristales de tiempo —la única selección poética existente de Garro también a nivel internacional— Rosas Lopátegui no teme alzar la mano y señalar con el dedo los grandes problemas que golpearon a la mexicana: «Escribió poemas desde niña. Pero al parecer su marido, el Premio Nobel Octavio Paz, siempre se opuso a su publicación. La vida de Elena a menudo fue desdichada. Se comprometió con la causa de los indígenas y se involucró en la defensa de los campesinos desposeídos de sus tierras hasta que el gobierno mexicano la expulsó del país. Vivió en Nueva York, en Madrid, en París. Escribía con hambre e insomnio mientras su hija dormía a su lado».
Un árbol genealógico
Hambre e insomnio. Ansia y revancha. Otra vez: una oscilación entre la rabia y el entusiasmo. Porque no sé qué día es hoy, pero mientras tecleo las horas corren entre septiembre, y octubre, y noviembre de 2018. En este trimestre han pasado cosas tan desordenadas e ilusionantes como que, al menos en mi pequeño país, los libros que lideran las listas de ventas y que son más comentados y celebrados en la prensa están escritos por mujeres jóvenes: Eva Baltasar, Samantha Schweblin, Sara Mesa, Cristina Morales, Carmen María Machado, Valeria Luiselli. Como que el año en el que no se celebra el Premio Nobel de Literatura —precisamente por esa cosa rancia de institución que nunca supo denunciar los abusos sexuales que venían ocurriendo varias décadas en sus pomposos salones— sea la guadalupeña Maryse Condé quien, un 12 de octubre, reciba en reconocimiento el Nobel Alternativo por su obra pero también por su lucha antirracista y feminista. Cosas como que el 25 de octubre el suplemento literario más leído de España y buena parte de América Latina, Babelia, dedique su portada a la nueva ola de escritoras africanas que junto con Chimamanda Ngozi Adichie están descubriéndonos la desconocida escena de un gran continente. Como que el 10 de noviembre Gabriela Wiener y Diego Salazar reciban un importante premio de periodismo en Perú gracias a un reportaje sobre el poeta violador Reynaldo Naranjo —y consiguieran que el gobierno peruano le quitara el Premio Nacional—. O incluso como que en los últimos días del penúltimo mes del año, mientras pongo en orden todos estos datos —que, lo sé, parece que no tengan nada que ver, pero en verdad sí lo tienen— dos de las charlas con más afluencia del Hay Festival Arequipa a las que he asistido virtualmente por las fotos de Instagram hayan sido la de la artista Paula Bonet y su rompedor libro sobre el aborto espontáneo, así como la mesa redonda en la que la profesora Ingrid Bejerman presenta a Joanna Wash y Cherie Dimaline, siendo la primera la creadora en 2014 del movimiento #readwomen, y la segunda una de las autoras y activistas indígenas más importantes de América. ¿Lo veis? Hay ilusión por un ladrido. Por un cambio palpable. Así que permitidme que ahora aparque la atención en el idioma desde el que escribo. Que me detenga en esos cuantos libros de América Latina y España que tanto nos costó desempolvar. Que me crea por un segundo discípula de Russ —o de Patricia de Souza, o de María Moreno, o de Tània Balló— y reivindique la necesidad de nuestra genealogía.
Permitídmelo y pasad página.
Ahora os hablaré de ellas.
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Fragmento incluido en El coloquio de las perras. © Capitan Swing, 2019. Todos los derechos reservados.
La fotografía que acompaña este texto, en la que aparece la escritora colombiana Marvel Moreno, fue tomada en París por Fina Torres.