Mercedes Halfon: «El enfoque es el que decide qué se escribe y cómo se escribe»
¿Se puede aprehender el sentido de la visión a través de la escritura? Desde luego que no, y cualquier intento por conseguirlo resultará en un ejercicio errante. Justo esa es la naturaleza de El trabajo de los ojos, de Mercedes Halfon, un libro que salta de género en género, intentando atrapar lo inaprensible, con un entramado y una prosa que convierten ese fracaso en un viaje altamente placentero.
En El trabajo de los ojos, Halfon (Buenos Aires, 1980) cuenta la historia de su estrabismo hereditario y cómo este ha condicionado su forma de relacionarse con el mundo, incluida su escritura. Aunque el libro puede describirse de muchas otras maneras, pues esa aparente línea argumental se traza entre fragmentos confesionales, crónica, ficción, ensayo... Y no puede dejar de decirse que todo esto ocurre en apenas 100 páginas, lo que da pistas del estilo de Halfon en su primera aparición en la narrativa, luego de cinco libros de poemas.
Conversamos con Halfon sobre El trabajo de los ojos, publicado en 2017 por la editorial argentina Entropía y en 2019 por Las Afueras, en España.
El trabajo de los ojos un libro muy corto, pero entiendo que empezó a gestarse hace unos diez años. ¿Es así? ¿Cómo sucedió?
Hace cerca de diez años me invitaron a un ciclo que se hace en Buenos Aires, se llama Confesionario y en él invitan a artistas, escritores, personas de la cultura… a contar algo que tenga que ver con una confesión, algo que de alguna manera les dé vergüenza nombrar. En ese momento escribí un texto que tenía que ver con mi estrabismo, porque me di cuenta de que era algo de lo que nunca había hablado explícitamente y que me daba pudor nombrar. Empecé a escribir y me di cuenta de que era difícil encontrarle el tono a eso, para que no fuera muy autocompasivo y tampoco excesivamente humorístico. Había una zona ahí en el medio que me interesaba explorar y a la vez me resultaba difícil. Me di cuenta de que había algo ahí que daba para seguir desarrollándolo. Para esa vez escribí un texto breve y empecé lentamente a desplegar ese universo. Fue algo que me costó mucho porque en ese momento yo no tenía el hábito de escribir textos en prosa, escribía más que nada poesía… Después fui madre, entonces se prolongó muchísimo la escritura, y tiempo después, con algunas lecturas, volvió a aparecer este texto que tenía completamente abandonado y lo retomé a la luz de lecturas de no ficción y autoficción que llegaron a mí y me hicieron darme cuenta de que ese texto podía enmarcarse en algo de ese estilo. A partir de ese momento fue un proceso de escritura más breve, unos dos años o año y medio, en el que terminé el texto.
Es un libro con muchas referencias. ¿Qué lecturas te fueron ayudando durante el proceso de escritura?
Hubo muchas lecturas que me fueron ayudando. Cuando uno está escribiendo algo, generalmente ese algo se convierte en un imán que atrae lecturas, películas, cosas que te cuentan… Todo comienza a tener relación con eso que uno está escribiendo y con lo que se está de alguna manera obsesionado.
Hay dos textos que me fueron bastante reveladores. Por un lado, El discurso vacío, de Mario Levrero, que es un texto aparentemente muy sencillo, una no ficción en la cual él hace unos ejercicios para mejorar su letra, porque cree que si mejora su letra va a poder mejorar su carácter. Invierte la máxima de la grafología que dice que la letra revela el carácter, entonces dice: «Bueno, si yo logro volver mi letra pareja, continuada, esas mejoras se van a aplicar en mi vida». Es un ejercicio en el que, aunque parece que no importa lo que dice, esos acontecimientos aparentemente anodinos de su vida comienzan a ser sumamente reveladores. Ese texto me sirvió mucho, la manera en que él se obsesiona con la letra me revelaba mucho todas esas metáforas posibles que surgen sobre la vida, sobre la escritura, algo paralelo con lo que me pasaba a mí con la vista. Esa obsesión que él vuelca sobre la letra es un poco parecida a la que yo estaba volcando sobre los ojos.
El otro texto que fue muy importante fue El material humano, de Rodrigo Rey Rosa, que es un texto también muy libre en su forma, una especie de diario de unas visitas que él hace a un archivo de la policía de Guatemala donde va a investigar ciertas cosas sobre su familia. En el texto se mezclan fragmentos del archivo, sus visitas al archivo, la investigación que está realizando, con hechos que no tienen nada que ver y que son también totalmente anodinos. Esa mezcla de elementos documentales, de investigación, de narración, me sorprendió mucho porque no sabía que algo así se podía hacer. Fue un texto que me dio un permiso para pensar una estructura de libro.
Estos dos textos fueron padrinos, por así decirlo, pero también me sirvieron textos por ejemplo de Lina Meruane, de Valeria Luiselli y otras escritoras que fueron inspiradoras por su escritura.
Es además un texto lleno de autorreferencias. ¿Cómo fuiste eligiendo qué incluir, qué evadir, qué inventar?
No tengo una respuesta muy clara. Simplemente te diría que lo que me venía bien entraba y lo que no me servía quedaba fuera. Yo tengo una familia más numerosa que la que se cuenta en la novela, y me sirvió condensarla toda en las figuras de mi mamá y mi hermana. El personaje principal no es exactamente yo, sino alguien que se parece a mí, pero que está desplazado en función de lo que quería contar, la historia de esta mujer y sus temas con la vista.
Decís en el libro: «Se da por sentado que es posible elegir entre un enfoque u otro para lo que sea que se haya decidido hacer. Pero es el enfoque el que nos elige a nosotros». Llevado a la escritura, ¿es el enfoque el que elige lo que se escribe o cómo se escribe?
Sí, creo que el enfoque es el que decide qué se escribe o cómo se escribe, y no al revés. Para darte un ejemplo, yo durante mucho tiempo intenté que El trabajo de los ojos tuviera una parte de novela más clásica, con un personaje ficticio que era el primer oftalmólogo de la historia. Lo escribí, investigué un montón para construir un oftalmólogo en la Buenos Aires del siglo XIX, y finalmente no me gustó lo que quedó. Me pareció que no tenía que ver con el resto del texto, y quedó fuera. Quizá ese era un intento de escribir algo que realmente no tenía que ver conmigo, con mis intereses de ese momento, por más que yo creyera que sí.
El texto durante mucho tiempo también me hacía dudar, pues pasaba de la divulgación científica al ensayo y luego a partes más sencillas de la vida del personaje. Me parecía que esa mezcla no terminaba de cuajar, y después me di cuenta de que en realidad sí, de que no había una relación de consecución aristotélica de principio-desarrollo-fin, sino que esos fragmentos se iban adhiriendo por una cuestión más de imantación, y que iban construyendo una constelación de pequeños destellos que tenían que ver con lo que yo hablaba. Esa forma yo la encontré con el trabajo, y podríamos decir que es mi forma de enfocar la que terminó encontrando esa manera de contar.
¿En qué estás trabajando ahora?
Estoy trabajando en un texto que es una especie de diario ficcional de un personaje femenino que se va a Berlín a buscar a su pareja y cuando llega allá se da cuenta de que su pareja está totalmente pendiente de otra cosa, de una beca, y ella está allá sin una beca y no sabe muy bien qué hacer en la ciudad. Entonces son los paseos y las aventuras de esta chica que está un poco decepcionada del amor y con muchos problemas para orientarse. Es como el diario de la novia del becario.
¿Qué estás leyendo?
Acabo de terminar Claus y Lucas, de Agota Kristof. Me parece el libro más hermoso que leí en mucho tiempo. Es muy duro y muy perfecto. Una prosa depurada, es impresionante.
__
Fotografía de Santi Burgos.