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Leer para habitar el mundo

“Así me pasa: 
una página de ciertos libros es como la punta de la daga, 
entrando, parsimoniosa, en mi corazón”

Margo Glantz [1] 

Habitar el mundo me hace pensar en la posibilidad de estar en el mundo de manera absoluta y simultánea; es decir, que implica un derrumbe de fronteras y demás barreras físicas. Leer para habitar el mundo nos desmaterializa y nos transporta. Es uno de los mayores placeres humanos, ir más allá de nuestros límites y posibilidades, la imaginación como un recurso primordial para vivir. 

La filósofa Vinciane Despret también se cuestiona sobre el concepto de habitar: “Digo habitar aunque debería decir cohabitar, porque no hay manera de habitar que no sea primero, y sobre todo, cohabitar”. [2] Podríamos incorporar su aproximación al concepto de Volpi, donde leer una novela (o leer simplemente) es una manera de cohabitar el mundo. Habitar el mundo refiere a la posibilidad de vivir en el mundo, pero cohabitar implica de inmediato a los demás y abre la posibilidad de que, parafraseando a Mustapha Fahmi,[3] sea el mundo quien viva en nosotros. Esa doble intención es lo que hace de la lectura una experiencia única e indispensable.

Muchos lectores y lectoras leen libros que han sido recomendados por expertos, títulos privilegiados de una larga historia de la literatura cuyo valor cultural es innegable. Pero pocas veces pensamos en el valor para nuestra vida, nuestra circunstancia, nuestras preocupaciones. Me niego a afirmar que la literatura es inútil. Aunque su prestigio, para algunos, parece radicar justamente ahí, en su inutilidad.

Esta breve biografía atemporal de por qué leí ciertos libros es un intento y una búsqueda para refutar eso. 

La pandemia cercenó temporalmente mi deseo de leer. No podía concentrarme, no podía terminar de leer un libro, un capítulo, ni siquiera una página. Cualquier palabra era una excusa para ver hacia otro lado. Louise Glück fue la única autora que pudo salvarme de la desesperanza. ¿Por qué leerla? Porque me trajo de vuelta. O tomando libremente las palabras de Vargas Llosa: porque me sacó de mi confinamiento de lo verídico. No quiero decir con esto que fuera un alivio, pero entendí el alcance que puede tener la literatura (o la poesía) en momentos de desesperación.

Aunque se trate de una actividad que por naturaleza es solitaria, leer permite establecer (o desear) mejores relaciones con otros seres humanos. Un libro puede darte pistas desde todos los ángulos, pero, en mi caso, esta novela gráfica en particular me hizo desear tener amistades como las que tenían los personajes: Lo indispensable de unas lesbianas de cuidado, de Alison Bechdel. Al terminar el libro, quise tener amistades así: plenas, directas, incisivas, felices. Sentí envidia. ¿Por qué leerla? Porque descubrí que quería amigas así. Porque visualicé lo que es valioso y complejo en las relaciones de amistad, porque me puso en perspectiva en relación con mis propias amistades. Leer abre la dimensión de lo alcanzable.

Leer permite saldar deudas. En mi juventud deseaba ser bióloga marina, pero nunca fui en la persecución de ese sueño, el camino me llevó hacia otra vida. Pero la idea de las ballenas, de pasar mis días en el mar, estudiándolas y protegiéndolas, rondaba de vez en cuando mi cabeza. Las casi 500 páginas de Leviatán o la ballena, de Philip Hoare, me permitieron estar a su lado, aprender de su historia, llorarlas, alimentar y al mismo tiempo saldar mi mito personal. No solo se trata de vivir múltiples vidas, como escalar montañas o nacer en la India: se trata de vivir aquella otra fascinación.

Cuando estoy cansada del acoso callejero, de comentarios banales de compañeros de trabajo, del machismo desmesurado del presidente de Costa Rica, de las noticias, de los feminicidios, necesito recargar energías, así que recurro fielmente a Teoría King Kong, de Virginie Despentes. Es una relectura necesaria de supervivencia, un trampolín, un propulsor de cohetes de última generación. Cuando el día es gris y estoy desmotivada, dos o tres páginas de Despentes me devuelven a la vida y salgo a la calle con todo a mi favor para enfrentar la jungla. Hay otros días que requieren de cierta argumentación y poder de convencimiento, que requieren de otras herramientas de defensa personal que van más allá de gritar “¡No!”. Para esas ocasiones en que es imprescindible canalizar la frustración, leer Enfurecidas, de Soraya Chemaly, es la respuesta, porque los datos allí expuestos son irrefutables y podemos tenerlos a mano en todo tipo de conversaciones. Tal vez algún día nos tomen en serio solo porque sí.

Leyendo podemos hacernos ideas más justas, menos prejuiciosas y, claro, hasta más dubitativas, menos categóricas sobre otros seres humanos cuyos comportamientos fácilmente condenamos. Gracias a otros seres humanos que exploran los rincones oscuros de la naturaleza humana es que los demás podemos sacudirnos de ideas simplistas y maniqueístas sobre el bien y el mal. Es una dicotomía en nuestro ADN que no hemos logrado descifrar, pero que la literatura explora para darnos algunas luces. Emmanuel Carrère es un especialista. Desde El adversario hasta Yoga y V13, este autor me ha ayudado a ver los hechos desde otro ángulo, uno donde el ojo es más generoso, valiente, con la capacidad de mirar tanto hacia afuera como hacia adentro. Leer es lo opuesto a la indiferencia. 

Llorar es, para muchxs, una emoción a la que pocas veces tienen acceso. Ángeles derrotados, de Denis Johnson; El libro de las lágrimas, de Heather Christle, o Pequeño país, de Gaël Faye, pueden devolvernos una fragilidad que pocas veces nos es permitida en la actualidad. Ya son pocos los espacios en donde se nos permite ser vulnerables. Se nos pide en todo momento transmitir seguridad, confianza, fortaleza, liderazgo. Pero es mal visto tener momentos de duda, tristeza y fragilidad. Tristeza verdadera. Leer en este sentido es un refugio, una reivindicación de las emociones. 

Razones para leer sobran, pueden ser miles, las hay en tanto haya seres humanos que lean. El 31 de agosto del 2023 salió a la luz en Costa Rica el IX Informe del Estado de la Educación, en el que se informa a la población de que los niños y niñas de cuarto grado no saben leer ni escribir correctamente. [4] Ante la peor crisis educativa del país, necesitamos un manifiesto sobre la importancia de leer; la población infantil se lo merece. Cierro con este intento:

¿Por qué y para qué leer?

Para vivir en el mundo y que el mundo viva en nosotrxs. Para tener mejores conversaciones. Para sellar una amistad. Para vivir intensamente. Para huir de la apatía. Para ir concretando una búsqueda de identidad. Para coincidir con otras vidas que existieron antes que la nuestra. Porque queremos entender mejor. Porque es bueno estar solxs a veces. Para no estar solxs. Para tener otras experiencias del cuerpo. Para no estar al servicio de los déspotas. Para no tener opiniones injustas. Para sobrepasar de una vez por todas esa resistencia a pensar. Porque, en este caso, es divertido mirar sin ser vistx. Porque, si vas a viajar, es mejor hacerlo con libros. Porque ¿no te da curiosidad saber qué hacían otras personas mientras vos ibas al trabajo o visitabas a tu familia? Para pasar mejor un ataque de asma. Para huir del calvario doméstico. Para sentirse en otros cuerpos, en otras mentes. Porque los que leen, aman. [5] Porque no se puede confiar en las adaptaciones cinematográficas. [6] Porque se puede medir la vida en los libros que unx ha leído. [7] Porque con los libros se pueden solventar las obsesiones. Para tener siempre una primera vez, no importa la edad. Porque es la única manera de traer el pasado al presente. Porque es la única manera de traer el futuro al presente. Para ser valientes (sobre todo si te da miedo morir). Porque es mejor estar preparadx para ese futuro inminente. Porque es emocionante pasar de la realidad a la ficción y viceversa. Para decir lo que se quiere en el momento en el que se quiere y no después. Para decir lo que no podemos decir. Para estar aquí, presentes, vivxs.

[1] El texto encuentra un cuerpo. Margo Glantz. Ampersand, 2019.

[2] Traducción libre de la versión en francés: ”Je dis habiter, je devrais dire cohabiter, car il n’y a aucune manière d’habiter qui ne soit d’abord et avant tout ‘cohabiter’“. Habiter en oiseau, Vinciane Despret. Actes Sud, 2019.

 [3] La Leçon De Rosalinde. Mustapha Fahmi. Peuplade, 2018.

 [4] Nota del periódico La Nación: Niños de 10 años no saben leer ni escribir textos.

[5] Inspirada en Leer mata, de Luna Miguel. La Caja Books, 2022.

 [6]  “Nunca volví a confiar en las versiones cinematográficas y desde entonces creo que el cine miente y la literatura no”. Alejandro Zambra. No leer: Ediciones Universidad Diego Portales, 2012.

[7]  “Me suena lógico medir la vida en libros que uno ha leído”. Peter Orner. ¿Hay alguien ahí?: Chai Editora, 2020.

El título del texto es una referencia a la cita: “Leer una novela es como habitar el mundo”, incluida en Leer la mente: El cerebro y el arte de la ficción, de Jorge Volpi. Madrid: Alfaguara, 2011.

Un fragmento de este texto fue publicado en el libro Manifiesto por la lectura, editado por la EUNED en 2023.