Magalí Etchebarne escribe sobre 'El fin del mundo y el inicio', de Olivia Teroba
Leí hace algunos años Un lugar seguro de Olivia Teroba, un conjunto de ensayos en clave autobiográfica en los que reflexiona sobre varios temas, puntualmente sobre la escritura, sobre el trabajo, sobre el trabajo de la escritura —cuando se puede trabajar de eso—, y sobre ser mujer y trabajar de cualquier cosa, de muchas cosas. Y sobre ser mujer. Sobre ser mujer en un mundo que desprecia a las mujeres, lo hace, lo sigue haciendo, podría argumentar sobre esta idea, pero me ocuparía toda la tarde enumerar las pruebas, y estoy bastante harta, y prefiero que hablemos en un rato con Olivia de cómo usar eso para escribir, de cómo reacciona su escritura.
Me había sorprendido aquella vez, al leer Un lugar seguro, la delicada riqueza que se desprende de cada uno de esos ensayos. Cómo, con la mirada puesta en lo íntimo, lo más cercano, podía aparecer reflejado el exterior, el mundo, con toda su crudeza. Parecía confirmar esa idea que me gusta, esa que dice que por más que una escriba sobre lo que pasa al interior de una casa, no puede nunca no estar escribiendo sobre lo que pasa afuera. Narra tu aldea y narrarás el mundo. Corrientes de aire circulan porque dejamos las ventanas abiertas, el afuera entra aunque pensemos que estamos protegidos, no hay un nunca lugar seguro.
En cada ensayo, a través de una forma clara y aparentemente simple, Olivia desenreda grandes preguntas, les da espacio, les da tiempo y lugar. Algo que sé que aprecia mucho. La escuché en una entrevista decir algo que me pareció rotundamente claro y hermoso por su contundencia y su valor de verdad sin elucubraciones, que si queremos fomentar la lectura, si queremos que haya lectores, personas interesadas en los libros, que entonces les demos tiempo, tiempo después del trabajo, pero tiempo real.
Su escritura me conmovió porque tenía eso que en general admiro, claridad y formas simples de decir algo grande. La potencia enigmática de la dulzura podría ser, algo que bien escribió Anne Dufourmantelle, una potencia transformadora, un poder. Diría que Olivia hace uso de ese poder. Toma lo más sucio del mundo, lo mete en casa, y nos lo cuenta con una mirada personalísima, inteligente, atenta a todos los movimientos, como un animal en caza, o más bien, como un animal en peligro. En esos ensayos, decía, Olivia hace uso de una virtud que admiro y envidio siempre, absoluta sofisticación en la simpleza. Ea una narradora que mira con aparente calma, pero, y quizás sea esto lo que más me había interpelado ya aquella vez, con evidente estupor, con espanto, también aterrada, cansada y enojada.
Años después, me escribió una editora y me contó que iban a publicar Respirar bajo el agua, un libro de cuentos de Olivia y si podía escribir algo al respecto. Leí aquel libro con la sorpresa de estar leyendo un estilo suyo nuevo para mí. Ahí se permitía otra cosa, mirar con más violencia, diría, flexionar el sentido de todo eso que les pasa a sus personajes. Pero de nuevo, narra con absoluta consciencia de los detalles que transforman en inquietante a cualquier situación de la vida doméstica, de nuestra realidad.
El fin del mundo y el inicio es un libro, me parece, algo diferente a aquel. Hay algo del tono de sus ensayos que quizás resuene pero también una cantidad de temas que acá aparecen ahora enfundados y recargados en las posibilidades que otorga la ficción, las posibilidades de expandir, contraer, explotar y convertir ciertos eventos, anécdotas, recuerdos, la vida misma, en material para su escritura. Centros calientes de estos cuentos pero que no se reducen a eso, ni se demoran ahí. Más bien lo amplifican. ¿Qué aparecía en esos ensayos que aquí se retoma? La violencia machista, la inseguridad, la reflexión sobre el lenguaje, las amenazas siempre vivas del exterior.
La hija de una activista asesinada dibuja para hacer pie, una mujer fabrica su ropa con los retazos que recibe en las cajas que le llegan a su casa, donde se refugia de un mundo contaminado, otra viaja a buscar a su padre hasta el fin del mundo, un abuso marca a una mujer y la desencaja de su propia vida, unas niñas se hacen amigas de una chica muerta, otra va perdiendo la capacidad de comprender las palabras. No me gusta contar los cuentos, me parece siempre que es aguarle la fiesta a los lectores, y son traicioneras a su vez las enumeraciones de acciones como la que acabo de hacer, porque si algo mágico tiene un buen cuento es que no se agota ahí, en la acciones o la trama que delinea el —entre muchas comillas— tema del cuento. Un cuento es un embudo, "caracol del lenguaje" escribió Cortázar, "primo misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario". Es bella esa definición porque no responde a nada, no nos dice qué es un cuento, me gusta que podamos convivir con cosas que no podemos definir, más me gusta hacerlas y todavía más leerlas.
No voy a contarles los cuentos, entonces, tampoco voy a decirles qué pasa en ellos, sí podría decirles que algo golpea real o simbólicamente a los personajes de Olivia y las deja siempre como trasplantadas en su propia realidad. Algo interfiere, algo con mucha fuerza irrumpe, eso mismo, las rompe: la violencia sobre el cuerpo de las mujeres, los secuestros, el clima enrarecido, la soledad. Son personajes que sufrieron el peligro, y si todavía no lo padecieron están preparándose. Alguna forma del peligro vibra en cada uno de los cuentos, o duerme en vela, listo para precipitarse.
Debe ser el peligro un amigo cercano de Olivia porque en estos cuentos (y me atrevo a decir en todos sus libros), ella lo mastica, lo procesa, y cuando no lo expone, consigue que esté latiendo de fondo, como en esa escena del cuento que da título al libro en la que la protagonista se va al bosque a fumar con el chico que acaba de conocer en un hostel, Pablo, y él es simpático y le cuenta una historia, pero una, como lectora, igual está alerta, todo el tiempo, como si pudiera pensar, no te alejes tanto. No sea cosa que no lo veamos venir...
Olivia compuso pequeñas piezas, (y digo pequeñas a conciencia, porque creo cada vez más y con más certeza en la potencia revolucionaria de lo pequeño y lo tierno y lo dulce) breves cuentos que van de cómo sobreponerse o dónde pararse en un un mundo cada vez más violento, con personajes indefensos o desconcertadas, que narran para sobrevivir. Yo había escrito algo sobre su libro de cuentos anterior, algo así como que sus personajes podían nadar en la oscuridad, habitar en la profundidad, pero al mismo tiempo, como si fueran animales muy exóticos, brillar y que nos encantan, que nos obliguen a seguirlos.
Creo que estos cuentos lo vuelven a hacer, nos seducen en una aparente liviandad para contar algo terrible, nos dejan descorridos, malparados, nos obligan a pensar de nuevo lo que ya conocemos, a pensarlo mejor, a pensarlo como nunca antes lo habíamos pensado. ¿Qué es más poderoso que eso, pensar más, pensar mejor? Gracias, Olivia.
—
El fin del mundo y el inicio, Olivia Teroba. Ediciones Overol. 2022, 148 pp.
Olivia Teroba (México, 1988) es autora del ensayo Un lugar seguro (2019; segunda edición, 2021) y de los libros de relatos Respirar bajo el agua (2020) y Pequeñas manifestaciones de luz (2021), que aquí se presenta revisado y bajo un nuevo título. Ha sido becaria de diversos programas de escritura y ha obtenido los Premios Estatales de Tlaxcala en la categoría de cuento y ensayo, el Premio Latinoamericano de Cuento «Edmundo Valadés» y el Premio Nacional de Literatura Joven «Salvador Gallardo Dávalos». Forma parte del proyecto editorial Osa Menor.