Conductores borrachos
Iniciaba el milenio y Ethan, la mitad del tándem de los hermanos Coen, publicaba The drunken driver has the right of way (“El conductor borracho tiene la vía”, traducido al vuelo), un poemario del que no leí más que un puñado de textos sueltos. Se trataba evidentemente de un divertimento, una boutade de esas que se permiten quienes ya han demostrado ser sobresalientes en lo que hacen. No recuerdo nada o casi nada de los poemas; en cambio, el título, todavía hoy, me parece indoblegable.
Volver a ese título es lo primero que tengo que agradecerle a Estuvo lindo, hoy (Feliz Feliz, 2023), de Alejandra Marín, un híbrido de nouvelle y cuento que precisamente empieza así: “Ahora pensé que hace mucho no estoy en un vehículo con un conductor borracho”. Pero le agradezco sobre todo la atracción magnética con la que me atrapó una vez leída esa primera frase. Lo leí de un tirón, llegué al final y lo empecé de nuevo, como en modo repeat 1. No estoy presumiendo de lector maratónico, el libro es corto, unas 50 páginas, digamos, debatibles (el diseño alarga el foliaje); lo que es inusual, por lo menos en mi experiencia, es releer algo –que no sea poesía– en una sentada.
Estuvo lindo, hoy se divide en siete fragmentos hilados por una narradora reservada, es decir, reservada en ese modo extrovertido con el que se protegen quienes prefieren desviar la atención –propia y externa– del núcleo de su pathos. Los fragmentos corresponden a ciertos meses clave de la historia, un mapeo entrecortado que empieza en diciembre y termina un año después, en diciembre. Desde la mencionada frase inicial, que entrega de un mazazo el carácter insobornable de la narración que viene, vamos a acompañar a la protagonista en un trayecto donde mayoritariamente alternan espacios domésticos y cabinas de vehículos en movimiento, hasta ser testigos de un final vertiginoso.
Marín es escritora y dramaturga, y es tal vez este dato el que da indicios del origen de la, si quisiéramos llamarle así, fortaleza del libro. No solo se siente el drama interno de la narradora y los coprotagonistas (Leo, su mejor amigo, y Miguel, su pareja) por todo lo que no verbalizan, sino que conocemos a los personajes más por lo que hacen que por lo que dicen. El lenguaje gestual, la acción no por acción misma sino como indicio temperamental: cruzar una cocina llena de desconocidos para abrir la refrigeradora, entrar acompañada a un baño, un pie que acaricia la espalda, la posición de dormir.
Y así como no está necesariamente en el primer plano de los diálogos la, digamos, termodinámica de Estuvo lindo, hoy, Marín desbloquea otro nivel de elegancia y agudeza: tampoco está en los lugares comunes el erotismo incipiente, sedado, que palpita leve en una de las capas de la narración. Está donde no se le espera, está donde no lo buscan o donde lo confunden con otra cosa.
Desde el inicio, atendemos a las etapas finales de algo, la misma respiración del texto anuncia un desenlace, o varios. Pero, de nuevo, no es el que sospechamos. Marín, como ilusionista, nos cautivó con una mano para rematar el acto con la otra. Estuvo lindo, hoy es una joya de pocas páginas, literatura en equilibrio perfecto de cabeza y corazón.
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