Ateísmos frágiles y otros
En el bucle permanente que es la vida (hasta que finaliza, claro), acabamos de entrar en la temporada en la que se repiten dos cosas:
1. Veo películas-de-semana-santa
2. Recibo comentarios e invectivas del tipo ¿para qué ves cine religioso? / qué pérdida de tiempo / ¿volviste a la religión?
Tal cual, un año sí y otro también. Wichy Nogueras, poeta cubano pelirrojo a quien sus amigos llamaban “Cabeza de zanahoria”, le dio el mejor nombre a esta estructura cíclica en el poema epónimo y genial: El Eternoretornógrafo.
Durante la primera infancia, mis hijas se quedaban a dormir cada tanto en casa de mis padres. Mi madre se metió de cabeza en la religión ya de grande, pongamos que desde los 45 años, y si era mañana de domingo y las chicas habían amanecido en su casa me preguntaba si las podía llevar a misa con ella. Claro que sí, fue la respuesta cada vez. Ahora tienen 20 y 15 años y son más ateas que yo sin desconocer la cultura judeocristiana del continente en que les tocó nacer. Pero iba a esto, de salir el tema en alguna conversación, ni amigos ni conocidos, aun desde el cariño, se guardaban la censura.
Conozco el origen de tales reacciones y he sabido dejarlas pasar siempre con buen humor y urbanidad. Pero por las razones que sean, no nos vamos a poner freudianos en tan poco espacio, este año ando con mecha corta y decidí, en lo posible, no disimularla. Hay que tener un ateísmo (o agnosticismo, si se sienten más tranquilos llamándole así) muy frágil para, con gatillo fácil, saltar a comentarios como los que señalé en el punto 2. Más aun si en la mayoría de los casos las devoluciones vienen de gente que recomienda flores de Bach, estudiar signos zodiacales, CrossFit, terapia conductual, series genéricas, ceremonias ancestrales, batidos de quinoa, constelar y/o manifestar. Su juicio frente al género mediocre e inofensivo del cine-de-peplos (películas-de-romanos) es, para decirlo con diplomacia, desubicado.
Y ya que vamos de bajada, redoblo la apuesta.
No lo recuerdo con precisión pero calculo que a partir de los años 90 del siglo pasado, desde los propios cuarteles del arte y el progresismo se gestó el ataque y desprestigio a lo que desde allí se consideraba esnob, pedante. Pero, la animadversión legítima (que sin duda comparto) frente a la Alta Cultura, las Bellas Artes y las torres de marfil de la academia no quedó ahí, si no que dio la vuelta entera y terminó en el lugar más útil para la Internacional Reaccionaria (el término se lo escuché ayer a la periodista peruana Laura Arroyo). El relativismo, usado a mansalva, acabó convirtiéndose en un antiintelectualismo dogmático, el mismo argumento cuestionable resumido por Asimov en la frase “mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento". Y me van a perdonar, debajo del antiintelectualismo de vivan los sentimientos las emociones y la intuición, lo que en general hay es pereza. Pereza de arremangarse y leer, escuchar, ver lo que seres humanos anteriores a nosotros pensaron, hicieron y cuestionaron.
Tal vez lo explico mejor así: se acepta con empatía cualquier recomendación de orden naturista, espiritual (siempre que no sea de religiones institucionalizadas), psíquico, místico, deportivo, de medicina alternativa y hasta de índole apolítico. Por el contrario, quien se atreva a tirar ¿por qué no leés?, de ese tema hay numerosa literatura y ensayos, eso está en poemas épicos milenarios, leete este libro, o así, va a recibir por lo bajo un ceño fruncido. ¿Qué te crees, mejor que yo?
Se entiende que hablo de experiencias propias, de interacciones en el medio en que me muevo. No es obligación de nadie interesarse por la lectura. Señalo a personas que pueden darse el lujo de, exageremos, cultivarse antes de colgarse el collar de ajos que grita ¡esnob! ¡pedante! Nadie reclamaría hábito de lectura a quien vive bajo la amenaza de la pobreza, o directamente en ella. Se impone aquí aclarar la obviedad de que leer no es garantía de nada. No leer, mucho menos. Asociar directamente lectura con esnobismo o pedantería es una evasiva melodramática. Analizado con calma, la verdadera soberbia es no leer, porque implica pensar que nada puedo encontrar en la experiencia vital y creativa ya sea de contemporáneos o de seres humanos que pasaron por aquí antes que yo.
En fin, nada de esto es importante. Mis obsesiones y preocupaciones, también bucles, pertenecen siempre a terrenos laterales al margen de lo inmediato, lo urgente, lo provechoso. No tengo verdades absolutas, son opiniones nada más. Y nada menos. Estoy seguro de muy pocas cosas, por ejemplo esta: en tres días, un prójimo wholesome preguntará con desdén por qué voy a ver Ben-Hur.
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