Homenaje al Doctor: hombre de radio
En el listado de la página Discogs sabía que se trataba de un 12 pulgadas casi legendario, altamente codiciado por coleccionistas con mucho dinero, culpables de esa burbuja especulativa del retorno al “vinilo”, mil dólares la copia más barata en las manos de un vendedor ubicado en Brooklyn, Juan Sotomayor y su Combo interpretando “Rosas negras” y “Alegrías de Mayagüez” en un tiraje de apenas 300 copias en el olvidado sello neoyorquino Upper Class Records, grabado, mezclado y producido en los Estados Unidos durante esa especie de algarabía de finales de los 70 en donde todo valía, disco, punk, new wave, incluso música latina, ¿por qué no?, la gracia era que además de las pocas copias existentes y el origen supuestamente “exótico” de la música, el productor metió una base rítmica “disco”, el corazón rítmico del 4/4 chocando con la instrumentación tradicional de los boricuas; un disco bastante extraño y verdaderamente irrepetible porque nadie sabe qué fue del pobre Juan Sotomayor y su Combo después de ese barniz de modernidad, al punto de que la primera vez que me encontré con la cara A del disco Rosas negras fue en una versión subida a YouTube por ahí del 2012, donde lentamente acumulaba miles de reproducciones al ser una verdadera joya que dejaba a todo el mundo impactado tras escucharla, como la versión boricua-neoyorquina del llamado “Disco mutante” que empezaba a salir editado en la un poco más conocida disquera Zé o en algunas producciones del malogrado Arthur Russel; pero bueno, era un 12 pulgadas carísimo, sin posibilidades de ser reeditado hasta donde sabía, mil dólares por una copia en buen estado, algo que escucharía virtualmente y nada más, sin posibilidad alguna de tener en mis manos una copia física hasta que tuve en mis manos una copia física en el improbable lugar llamado Curridabat, en la casa de ese viejo locutor y hombre de radio que todo el mundo conocía como el Doctor.
No quiero convertir esto en una confesión pero escuchaba al Doctor desde muy tierna edad, como aficionado precoz a la radio y a la música popular en noches lejanas de los años 90 con un walkman Sony debajo de las sábanas y traspasando el límite de mi hora de dormir, sintonizando al Doctor como un viejo sabio que me tomaba de la mano y me enseñaba los éxitos de la edad dorada del pop, siempre con alguna anécdota de dudosa veracidad, antes de Internet por supuesto, con cierta sensibilidad burlona pero amable; yo a mis 10 añitos escuchaba “Time of the season” de The Zombies y sentía cosas que evidentemente sobrepasaban mi limitada comprensión, casi como si fuesen emociones del futuro que llegaban como adelantos, la idea de un mundo más grande en donde pasaron cosas, muy lejos de acá, más allá del presente absoluto de la pre-pubertad, épocas que llegaban a su fin y se convertían en algo que llamaban “clásicos” aunque para alguna gente, primos mayores, muchachos del barrio, eso era algo patéticamente viejo, la música de los papás, todo lo que Nirvana venía a destruir supuestamente, a pesar del amor de Cobain por los Beatles y su melodismo de talante clásico; como no existía aun la idea de “Boomer” como insulto generacional decir “música de los papás” era suficiente para demolerla en absoluto a pesar de que con 11 años alguna melosa canción de ABBA era capaz de conmoverme hasta las lágrimas, como dije antes, unas lágrimas del futuro, dolores y desilusiones que quedaban un tanto lejos pero que empezaban a asomarse gradualmente mientras yo estaba ahí con mi walkman debajo de las sábanas, escuchando un poco de todo, registrando en casettes horas y horas de canciones, jingles, incluso programas de noticias y entrevistas que nunca volvía a escuchar, una especie de archivística desquiciada que incluía las extrañas transmisiones de comedia pasada de tono que a veces sonaban en las emisoras AM después de medianoche por ejemplo, grabaciones de comediantes venezolanos, argentinos, con un humor terriblemente rancio, ya inaceptable para nuestros estándares actuales pero que con 10, 11 años a mí me daba risa, ¿qué sofisticación podría tener uno esa edad? seamos un poco indulgentes al respecto, son reliquias de otros tiempos, que de paso, digitalicé algunos años atrás previniendo el inevitable deterioro de los cassettes, una tecnología bastante delicada y susceptible a la humedad.
Al Doctor lo conocí hace unos 5 o 6 años, cuando yo freelanceaba como documentalista para la alicaída televisión pública y fuimos a su casa con un pequeño equipo de 3 o 4 personas que lo registramos hablando de sus experiencias en la radio costarricense de los años 70 y 80, de su colección, una de las más grandes del país, unos 15 mil elepés aproximadamente, de cómo fue el primero que puso música disco en la radio nacional, el primero de esto y aquello, de los conciertos que vio en sus viajes a los Estados Unidos, de cómo antes la música valía, implicaba un esfuerzo conseguirla y escucharla, cosas de viejo algo predecibles pero contadas con cierto encanto, carisma podría decirse, era de un periodo en el que los locutores de radio no asumían que debían ser tan estúpidos como la audiencia, que incluso podían tener cierta función didáctica, sin caer, por supuesto, en la pedantería excesiva, creo que él mismo lo dijo pues ya no tenía nada que perder “los locutores de hoy creen que tienen que ser tan idiotas como el público, lo tratan de idiota” y retumbaba su vozarrón de hombre de radio de “antes” no muy transformado por el tiempo, igual de grave y cálido, al punto de que perfectamente podría tener un canal de ASMR en YouTube con el que cada noche arrullaría a miles, yo incluido, pues pocas voces me eran más familiares que la del Doctor a quien hasta ese día nunca había visto más que de lejos y cara a cara me resultaba una presencia imponente, un hombre corpulento, gordo sí, pero no solamente barrigón, sino un hombre en el que todo era grande, los brazos, las piernas, el cuello, las manos, pero con movimientos lentos que parecían estar en una sedación permanente, vellos albinos asomándose en el pecho, una cara un tanto abotagada que me recordaba al expresidente Carazo, ¿por qué razón?, no sé, quizás solo por el cabello rubio, las cejas delgadas, ese aire de gringo que podría ser perfectamente el miembro de una corporación petrolera de Texas; en fin, ahí estábamos en su amplia casa en la que vivía solo, tras varios divorcios, con 2 cuartos exclusivamente dedicados a su colección de elepés y una empleada que iba y venía taciturna, como la sombra del Doctor, pues también hacía un poco de enfermera, recordándole cada cierto tiempo alguna de las decenas de pastillas que tomaba a diario para el reumatismo, la hipertensión, los triglicéridos, la diabetes, la circulación, la arritmia cardíaca, los bronquios, las infecciones urinarias y sobre todo el insomnio crónico, para lo cual llevaba algunos años tomando benzodiacepinas en dosis que iban escalando y escalando debido a la natural habituación del sistema nervioso, una tolerancia que no iba ausente de cierto deterioro cognitivo, además, pues a veces, durante la grabación y después, en encuentros que tuvimos, ya en plan de amistad o lo que fuese, se le notaba algo balbuceante, perdido en una neblina mental y una somnolencia casi permanente que apenas pudo disimular cuando lo entrevistamos y con afabilidad nos llevó a los cuartos dedicados a su gigantesca colección de elepés que yo miraba con ojos un tanto envidiosos, pues era a decir verdad bastante completa, con su buena sección de salsa, folclore latinoamericano, boleros y tangos, rock, soul, funk, algunas cosas brasileñas, nada demasiado moderno quizás, nada posterior a 1990 pero todo bastante interesante.
No quiero que esto suene como una excusa, una forma barata de absolución, pero necesitaba dinero y pronto, pues la pandemia no me ayudó mucho en mi condición de freelancer con ahorros que se iban empequeñeciendo poco a poco ante la preocupación constante de Andrea que no estaba necesariamente prosperando en el mundo de la publicidad y más bien pasaba hablando todo el tiempo de salir huyendo de ahí, al punto de resultar irritante, porque no tenía un plan de escape bien articulado más que ideas sobre emprendimientos a veces risibles, lo cual yo trataba de disimular para no ser mala persona aunque en ocasiones era imposible ocultar la sorna que me producía, lo que sin duda llevó a distintos pleitos y tensiones en los que Andrea reprochaba con amargura mi propia incapacidad de hacer plata a pesar de mis largas peroratas sobre cómo la única libertad que existe es la del dinero y todo lo demás son buenas intenciones, ternuras, mariconadas, etc., y al ser así, el dinero como única libertad en un mundo que no cambiará de sistema económico en el transcurso de nuestras vidas, no queda más que buscar maneras de multiplicarlo, a pesar de la desventaja de quienes nacimos sin grandes capitales por heredar, la clase media común y corriente que antes podía vacacionar en el extranjero aunque fuese una vez cada dos años, ahora mucho menos por supuesto, ahora nunca, para nuestro pesar, Andrea y yo, dos pelagatos, tomando un vino barato un sábado cualquiera, yo explicándole cómo podíamos ahorrar lo suficiente para un retiro anticipado, como decía, la única libertad posible, donde nadie lo echa a uno, nadie lo cancela, nadie lo humilla, para mí era realizable, certificados a plazo, proyectar unos 15 o 17 años de ahorros, invirtiendo para evitar que se devaluaran, mi parte de la casa paterna, la parte de ella cuando sus padres murieran aunque se enojaba cuando le hablaba de eso, decía que sus padres no eran ninguna inversión, en resumen, juntar nuestros modestos capitales y luego nada más el horizonte de un retiro prematuro, viviendo de rentas, sin lujos pero sin cadenas, a pesar de que Andrea tal vez sentía la misma sorna cuando me escuchaba hablar al respecto que la que yo sentía cuando ella soñaba despierta con sus “emprendimientos” que, la verdad, tanto las inversiones y los certificados a plazos como la boutique o el pequeño restaurante no eran más que fantasías azucaradas porque los freelance míos y las andanzas de ella en el mundo publicitario, con contratos cada vez más precarios, apenas nos dejaban llegar a fin de mes y la verdad, a veces ni a eso, a veces a lo que había que recurrir era al temido tarjetazo, por lo que sucedía lo de los intereses pero al revés, en negativo, se inflaban los intereses que teníamos que pagar y no los que hipotéticamente ganaríamos a futuro.
Entonces yo sabía bien que ningún disco caro me iba a sacar de las deudas que íbamos acumulando pero algo podía ayudar y en eso el Doctor sería nuestro mecenas sin que él lo supiese, el pobre hombre ya no se enteraba de muchas cosas y en algún punto sí, fue mi amigo, no lo niego, desarrollamos lo que podría describirse como una forma de “camaradería”, incluso antes de que esos pensamientos me pasaran por la cabeza, el personaje me producía fascinación y al vivir semirrecluido en muchas ocasiones me invitó a su casa a tomar café, a escuchar algunos de sus discos, que de hecho estaban catalogados de manera muy vaga en viejas fichas, como las que yo usaba para memorizar cosas en la escuela, reitero, creo que el pobre Doctor ya ni tenía una idea muy clara de lo que tenía y no tenía, entonces yo sacaba algún disco de los estantes al azar y le preguntaba ¿esto qué?, el viejo entrecerraba los ojos, como haciendo una mueca de recordar, “Ah, eso es un elepé de rumba catalana que compré en Barcelona como por ahí de… 1978” y yo mentalmente le iba haciendo números, discretamente buscando el precio en Discogs, teléfono en mano, por supuesto el Doctor no tenía la menor idea de lo que era Discogs o nunca demostró abiertamente conocimiento de la plataforma, algo que podría superarlo ya, desde el punto de vista generacional y por eso muy amistosamente, sin malicia, me iba mostrando los estantes y poníamos los discos en su perfectamente conservado Technics, haciendo retumbar la casa, provocando, no lo dudo, la irritación de su empleada y los vecinos, mientras yo movía la cabeza, así como sintiendo la música y haciendo numeritos no sin cierto asco moral hacia mí mismo.
Ahora volvamos al disco de 12 pulgadas que mencioné al inicio, que apareció casi como un milagro en los estantes del Doctor, provocando una incredulidad absoluta en mí, pues tenía la referencia, la vaga noción de que era un disco raro y valioso, lo cual comprobé casi de inmediato mientras revisaba la funda, veía los créditos, el logo de Upper Class Records, en efecto era lo que yo creí que era, de inmediato até cabos al recordar las historias que me contaba el Doctor sobre sus viajes a Nueva York a inicios de los 80, cuando la industria musical nadaba en dinero y en cocaína al punto de que invitaban a un programador musical de un país insignificante a fiestas de lanzamiento de discos, viajes con todo pago para entrevistar a Julio Iglesias y derroches por el estilo, en los que de seguro fue a parar a las manos de mi compatriota y amigo la copia de ese 12 pulgadas al que en la época nadie prestó atención, tanto así que terminaba siendo un obsequio a disc jockeys, programadores, ejecutivos y demás fauna de la industria, así como quien quiere deshacerse de las copias, haciéndome un favor espléndido 40 años después, aunque la pregunta era ¿cómo sustraerlo de la manera más discreta posible? y en el momento lo que se me ocurrió fue dejar ligeramente afuera la funda del disco y tomar una foto a escondidas, así con cada grabación que yo identificaba como valiosa sabiendo perfectamente que no se me podía ir la mano, que tenía que ser con guante de seda todo el proceso, arriesgándome, claro está, a que el Doctor lo notara y quedara yo como el principal sospechoso.
No puedo decir que fuese un sentimiento de culpa lo que pospuso la traición que pensaba hacerle a mi amigo, fue simplemente falta de oportunidad, pues corría el riesgo de autodelatarme si forzaba demasiado las visitas a su casa; yo nunca he sido de actuar impulsivamente, cuando en este caso lo que debí hacer fue llevarme el disco discretamente escondido en la jacket apenas lo vi, pero no, como siempre posponiendo las cosas, como siempre incapaz de actuar en el momento decisivo, tanto así que a pesar de mis cálculos, la muerte le llegó al hombre antes de que volviéramos a pactar otra reunión: colapsó en la cocina de un predecible ataque al corazón, probablemente frente a la pobre empleada que ya no podía hacer nada y ese fue el fin del querido Doctor al que despedí en un concurrido funeral lleno de gente de radio y televisión, muy compungidos todos, yo también porque una cosa es que intentara robarle y otra que no le tuviera cierto aprecio, son complicadas esas cosas, entiéndanme, pero bueno, cuando el hombre palmó pensé en el futuro de la colección de discos, ¿una última oportunidad?, por supuesto que no, los cuatro hijos del Doctor eran los justos herederos y sabían perfectamente lo que era Discogs y cómo es una herramienta en la que se pueden valorizar los discos sin demasiado problema, según tengo entendido no tardaron en rematar la exquisita colección que ni quiero pensar cuánto dinero en total sumaría, me gusta imaginar que la compró entera algún japonés adinerado pues siempre son los que terminan comprando cosas de esa índole, Andrea y yo al no ser señores japoneses de amplios recursos seguimos tirando del tarjetazo mes a mes, nunca le hablé de mis planes, de esa especie de crimen a mis ojos casi inocente, sin víctima, tampoco cambió mi idea del dinero como la única libertad posible en este mundo, pero ya no hablamos de emprendimientos y proyecciones a futuro, mi único hobbie ahora es subir grabaciones de radio de los 90 a YouTube, donde nadie las escucha, he soñado con el vozarrón del Doctor, he tenido miedo de que venga en la noche a “jalarme las patas” como se suele decir, he pensado en comenzar a especular con discos, comprarlos a manera de inversión, he pensado en tener mi propia tienda en línea, convertirme en un predictor de tendencias, comprando barato antes de que algo se ponga de moda y lo pueda vender caro, pero la verdad, la pura verdad, es que no tengo plata y así seguirá siendo por mucho tiempo más, siempre la plata, tormento y única salvación.
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