Leche derramada
Cuando di teta por primera vez, sentí que las mujeres me habían guardado un secreto y las resentía en silencio. No entendía cómo todas ellas no habían hecho grafitis en las calles advirtiendo lo que dolía amamantar. Recuerdo regresar de mi primera licencia de maternidad y ver con rencor a mi colega 10 años mayor, que me había privado de esa información clasificada. Luego, yo me convertí en una de ellas. No quise decirle a ninguna mujer que una siente que la electrocutan por un mes, siete veces al día, a veces por una hora completa, porque no sabía si ellas habían nacido con mis pezones hipersensibles.
Es cierto que tuve advertencias. En el embarazo me dolían los pezones hasta cuando me caía el agua de la ducha. También es cierto que todo daba bastante igual porque estaba completamente enamorada de la criatura más bonita que existe en la Tierra. Tener un hijo es un gesto enorme de esperanza y, en ese proceso, te comprometés a olvidar fácil y frecuentemente.
Antes de ser mamá yo pensaba que los pezones tenían una especie de uretra por donde salía la leche. Pero no, son un montón de huequitos. Cuando una sale de la ducha, las tetas se distienden y una suelta leche como si fuera una regadera doble. Yo limpiaba el piso, con algo de vergüenza por la incontinencia. Unas horas despues, me causaba una sensación extraña ver a las hormigas tomar teta, haciéndoles ronda a las gotas que yo no había visto.
Violeta nació un mes antes de las elecciones gringas, en las que ganó por primera vez el facista misógino. Por esos días almacenaba leche en el congelador en bolsitas especiales, en las que escribíamos la fecha. En tiempos de bonanza, guardamos apretados de leche materna para un futuro incierto. El día de las elecciones, viendo los resultados, me saqué leche con la máquina, pensando en el futuro. Cuando la empaqué le escribí: “Ganó Trump” para saber que esa leche estaba contaminada. Sentía que venía con bilis, con cortisol y con cualquier sustancia que se secrete en la más completa desesperanza.
Aún así hay una devoción a la leche materna. Una sabe que no se tira así nomás. La comida no se bota. Menos si la hice yo, ajá, de cero.
Cuando regresé de mi segunda licencia de maternidad al trabajo, no había sala de lactancia y me ordeñaba de pie en el baño. Viéndome al espejo con mi tonta ropa ejecutiva, que ocultaba mi más importante profesión: la de ser teta; proveedora senior de nutrición global. La lactancia es un trabajo de tiempo completo y te toca el turno de la mañana, de la tarde y de la noche; también abrimos sábados, domingos y feriados.
Una vez que empezó a bajar mi producción, echamos mano poco a poco de nuestro inventario de leche helada. Hasta que llegó el día en que lo único que quedaba era la leche-ganó-Trump. Imaginate alimentarse de la desgracia. No recuerdo qué hice con la leche.
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